4. Rupturas

Por un momento, Marcos estuvo tentado a llamar a Mónica y cumplir con su amenaza. En cambio, se comunicó con Charlie y acordaron reunirse en el bar que solían frecuentar en su juventud. Se trataba de un sitio ubicado al norte de la ciudad, conocido por presidir los mejores espectáculos de chicas. Acudían a este, políticos, empresarios y mafiosos.

Solo en una ocasión Marcos había pagado por un servicio privado, en ánimos de saciar la curiosidad. No era su estilo pagar por un poco de placer. Por lo contrario, aquel tipo de mujeres eran las preferidas de Charlie. Aquella noche estaba convenciéndolo para que accediera a probar.

—Ellas son Tiffany y Alicia —Charlie le presentó a dos sensuales mujeres con ropa poco recatada. Una de ellas era rubia y la otra pelinegra—. Si tan tímido eres, entonces, vamos los cuatro. Cada uno de su lado del colchón, ¿qué dices?

Marcos apuró un trago de Whisky, negando con la cabeza:

—Estás loco.

Charlie rodó los ojos. Estrechó a las mujeres contra él y encontró los labios de una, antes de besar a la otra. Ambas movieron las manos debajo de la ropa de Charlie, palpando piel mientras le otorgaban placer con sus labios. El hombre era tan alto y musculoso como Marcos. Siempre entrenaban juntos. No obstante, Charlie era lampiño y su piel era más clara. Sus ojos eran del mismo tono castaño que su cabello.

Marcos admiró la escena, sintiéndose tentado.

Realmente no había salido con intenciones de traicionar a su esposa, pero ahora, empezaba a reflexionarlo mejor. Le dolía la parte donde necesitaba liberarse y aquellas dos chicas eran hermosas. Poseían bustos grandes que anhelaba probar y traseros redondos, donde se hundiría con la mayor de las satisfacciones.

—¿Cuál eliges? —Preguntó Marcos cuando Charlie se zafó de una de ellas.

El hombre le dio a escoger la que él quisiera, y Marcos optó por Alicia, la pelinegra.

Caminaron a través de un pasillo, alejándose de la multitud. La música fue ensordecida una vez una puerta se cerró a sus espaldas. Ahora se hallaban en una habitación con paredes rojas, iluminadas por lámparas a suspensor.

Charlie se subió encima de su chica y se restregó contra ella al tiempo que se deshacía de su ropa. Marcos empujó a Alicia contra el lado que les correspondía en el mueble rojo. Ella se mordió el labio, aguardando por él.

—Quítate el sostén —le ordenó Marcos, ansiando ver los fabulosos pechos de la mujer.

Ella lo hizo, al tiempo que él se quitaba su camiseta.

***

A las once de la noche empezó a lloviznar y la carretera se tornó fangosa. Alma había estado a punto de quedarse atascada, pero finalmente había surgido a la carretera principal. Matías iba dormido a su lado con el cinturón de seguridad sujetándolo al asiento. Él no quería viajar, pero Alma lo convenció de hacerlo con la promesa de que verían a su abuela. Sería un largo viaje de seis horas hasta llegar al pueblo, pero Alma no tenía otro lugar a donde dirigirse.

Mermó la velocidad cuando estuvo a punto de chocar con otro auto en una curva. Solo cuando pasó a su lado, advirtió que se trataba de Marcos. El hombre también la reconoció e hizo sonar el claxon para que ella se detuviera. Pero, en cambio, Alma aceleró más.

A través del espejo retrovisor, vio que ahora Marcos la perseguía. Alma esperaba dejarlo atrás, pero en una recta él la rebasó y giró derrapando en el pavimento. El auto se detuvo de costado frente a ellos.

Cegada por los celos y la locura, Alma no se detuvo. Se volvió hacia Matías cerciorándose de que su cinturón de seguridad estuviera bien ajustado, y aceleró. Se oyó un estrépito cuando chocó contra la puerta trasera del otro vehículo. Su intención había sido arrastrarlo un poco, intimidando a Marcos, pero tuvo que detenerse cuando un vidrio la cortó encima de la ceja y sintió un hilo de sangre cálida discurrirle. 

Matías, a su lado, empezó a llorar. Sus ojos se abrieron con pánico cuando miró a su madre herida. Alma lo inspeccionó con temor, pero por suerte, ningún vidrio del espejo retrovisor lo alcanzó. Él estaba bien. Alma quiso emprender la huida, pero antes de que pudiera hacerlo, Marcos se colocó en la ventanilla y le exigió que abriera la puerta. El hombre estaba rojo en cólera como nunca antes Alma lo había visto y ella sintió miedo.

Abrió la puerta. Él se inclinó sobre ella e inspeccionó a Matías. Después de comprobar que el niño se encontraba bien, tomó a Alma de ambos lados del rostro y le inspeccionó la herida. La cólera en su rostro menguó a la preocupación. Él rasgó su camiseta y limpió la sangre con la tela. Afuera seguía lloviznando y su ropa empezaba a empaparse.

—Estás loca y desquiciada —dijo Marcos, mientras presionaba el trapo contra su herida—. ¿Por qué me haces esto? Siempre soy bueno contigo y esto es lo que recibo de ti. Me rechazas y ahora intentas asesinarme, poniendo tu vida y la de nuestro hijo en peligro.

—Hueles a perfume de mujer —ella lo miró con desdén—. Voy a irme con Matías y jamás volveré.

—Mamá. No quiero ir a ningún lado.

Alma se volvió hacia el pequeño. Sus ojos brillantes mostraban súplica.

—No, no irán a ningún lado —le aseguró Marcos—. Hablaré con tu madre. Tú, quédate aquí.

Tiró de Alma hacia la parte trasera del auto, bajo la llovizna. Continuó limpiándole la sangre arriba de la ceja.

—No es muy profunda. No necesitarás puntos.

—No puedes retenernos —dijo Alma, enfadada—. Después de lo que hiciste, no quiero estar cerca de ti.

—No hice nada, Alma —respondió él, siendo sincero—. Estuve tentado a hacerlo, pero pensé en ti y desistí. Te prometí que nunca te engañaría y he cumplido mi palabra.

Alma le esquivó la mirada, mostrándose incrédula.

—Fue lo que pasó —aseveró Marcos, cansado de la actitud de su mujer—. Si no quieres creerme es tu problema.

Marcos solía acosarla cada vez que discutían de aquella manera, sus manos y labios se movían en todas las partes de ella, pero en aquella ocasión, mantuvo una distancia prudente. Y Alma anheló el calor que brotaba de su cuerpo. A pesar de todo, lo adoraba como siempre lo había hecho.

—Marcos…

—Haz lo que quieras —interrumpió él, tensando la mandíbula—. Vete, pero Matías se queda conmigo.

Ella quiso protestar, pero guardó silencio cuando él cerró la distancia entre sus rostros, mirándola directo a los ojos:

—Te quiero, Alma. Pero ha sido suficiente. Nos vendrá bien separarnos por un tiempo, o para siempre. Matías se quedará conmigo, pero acordaremos los días en los que podrás visitarlo. Omite las demandas. Si nos vamos a juicio ganaré.

—¿Estás terminando conmigo? —Alma habló con un ligero temblor en la voz—. Es por esa mujer, ¿verdad? Quieres el camino libre para…

Él manoteó el aire con gesto displicente y la dejó con la palabra en la boca. Marcos habló con Matías y le explicó que su madre se marcharía. Alma no deseaba discutir delante de su hijo, así que no lo contradijo. No obstante, no pensaba marcharse. Hoy se quedaría en un hotel y mañana hablaría con Marcos.

—No quiero que te vayas, mami —dijo Matías cuando ella lo abrazó para despedirse.

—Tengo que hacerlo —ella señaló su pequeña herida—. Los doctores curarán a mamá y después regresaré a casa.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —dijo ella, revolviéndole el cabello antes de presionarle los labios contra la frente.

Marcos se alejó cargando al niño en brazos y lo acomodó en el asiento junto al conductor. Mañana tendría que llevar el auto al taller. Había quedado una amplia abolladura. Sin embargo, el motor no había sufrido ningún daño, ya que arrancó en el primer intento.

Pasaron a un lado de Alma y ella los contempló mientras se alejaban.

Leia este capítulo gratuitamente no aplicativo >

Capítulos relacionados

Último capítulo