—Tengo que decirte algo —murmuró una agitada y desnuda Margaret, recostada boca abajo junto a mí.
—Cariño, si me dices que vas por una ronda cuatro, seriamente voy a perder mi mente —advirtió, haciéndome reír—. ¿Es porque sonaba raro hoy?
Sonrío un poco y dejé un beso en su frente. Joder, qué hermosa esta mujer.
—Son dos cosas, una de ellas tiene que ver con lo de hoy —murmuró y la vi ponerse de pie, caminando hacia el clóset.
Elevé mis cejas con impresión, al ver qué había ropa mía y suya colgada.
—Nena, no tienes porqué hacer eso —dije suavemente.
—Tenía tiempo, aparte me gusta sentirme útil —me dijo ella, antes de tomar una camiseta negra mía y deslizarla sobre su cuerpo.
—¿Por qué ya no estás desnuda?
—¿Te puedes concentrar viéndome desnuda? —replicó y yo gruñí.
—No.
—Ahí está tu respuesta.
—Voy a empezar con la más insignificante: Fernando está muerto.
—¿Perdón?
Miré el rostro ahora pálido de Margaret, la vi caminar lentamente hacia mí, hasta que se sentó. Seguía igual de inexpre