Alejandro avanzaba hacia el escenario cuando escuchó el chirriar de la puerta.
Su paso se detuvo de golpe y giró la cabeza hacia la entrada.
—Por fin apareciste. —suspiró aliviado, pero al ver de quién se trataba, el ceño se le frunció de inmediato.
No era Valeria, era su abogado.
El hombre caminó despacio hasta colocarse frente a Alejandro, levantando un sobre de documentos.
—Señor Luzardo, la señorita Rosales me ha pedido entregarle esto. —Su voz era fría, estrictamente profesional.
Abrió la carpeta y empezó a sacar papeles, uno tras otro.
—Este es el certificado de matrimonio entre usted y la señorita Delgado en Andorra.
Este es el acta del falso matrimonio con mi representada, a partir de ahora, se termina toda convivencia entre ustedes, y ninguno deberá interferir en la vida del otro. Aquí está el listado de los bienes en común, ya repartidos. Mi clienta le devuelve todo lo que usted le regaló. Este es el informe toxicológico y las pruebas que demuestran que la señorita Delgado en