NAHIA
Antes de sentir el escalofrío del lujo en mis dedos, tuve que encontrar a Camille, llevarla a este mundo que se me abría como una promesa prohibida, y ya sentía la tensión anudarse en mi estómago, esa impaciencia dulce y ardiente, esa mezcla de miedo y emoción que me hacía temblar en cada paso.
Salgo del edificio donde Salvatore me ha dejado, la tarjeta aún deslizándose en mi bolsillo como un peso extraño y fascinante, y camino por la calle, mi mirada buscando la de mi amiga. Cada luz, cada transeúnte, cada reflejo en las vitrinas me devuelve una imagen fragmentada de mí misma, indecisa y, sin embargo, decidida, lista para cruzar un umbral que nunca había imaginado.
— ¡Camille! —grité finalmente, mi aliento rápido, mi corazón latiendo como si cada vibración de la ciudad resonara en mi pecho, y ella aparece, girando la cabeza, sorprendida, con los ojos muy abiertos, incapaz de ocultar la incredulidad que ilumina su rostro.
— Nahia… ¿qué es…? —dice, su voz oscilando entre el shock