La luz de la lámpara parpadeaba débilmente en el salón, proyectando sombras irregulares sobre las paredes. El cansancio pesaba sobre cada miembro del grupo, y el sueño parecía inalcanzable. Los murmullos tenues, que parecían emanar de la casa, se habían vuelto casi insidiosos, jugando con sus nervios.
Lucas pasó una mano por su rostro, con la mirada perdida. — De acuerdo. La noche es larga, pero debemos mantenernos concentrados. Mathias, Hugo, revisen las ventanas. Asegúrense de que todo está bien cerrado. Alice, Mélanie… cuiden de Léa.
Mathias se levantó en silencio, agarrando su linterna de mano. Hugo lo siguió, aunque su expresión delataba su irritación. — ¿Otra inspección? —gruñó. — ¿De verdad crees que eso va a cambiar algo?
Lucas ignoró su comentario, prefiriendo concentrarse en lo que podía controlarse. Alice, sentada junto a Léa, observó a ésta con ojos discretos. Notaba en su presencia un malestar creciente, aunque no lograba identificar exactamente lo que la alteraba. — Léa