La luz de la lámpara parpadeaba débilmente en el salón, proyectando sombras irregulares sobre las paredes. El cansancio pesaba sobre cada miembro del grupo, y el sueño parecía inalcanzable. Los murmullos tenues, que parecían emanar de la casa, se habían vuelto casi insidiosos, jugando con sus nervios.
Lucas pasó una mano por su rostro, con la mirada perdida. — De acuerdo. La noche es larga, pero debemos mantenernos concentrados. Mathias, Hugo, revisen las ventanas. Asegúrense de que todo está bien cerrado. Alice, Mélanie… cuiden de Léa.
Mathias se levantó en silencio, agarrando su linterna de mano. Hugo lo siguió, aunque su expresión delataba su irritación. — ¿Otra inspección? —gruñó. — ¿De verdad crees que eso va a cambiar algo?
Lucas ignoró su comentario, prefiriendo concentrarse en lo que podía controlarse. Alice, sentada junto a Léa, observó a ésta con ojos discretos. Notaba en su presencia un malestar creciente, aunque no lograba identificar exactamente lo que la alteraba. — Léa —murmuró—, pareces… diferente. Es como si... no fueras tú misma.
Léa esbozó una sonrisa enigmática. — Es el cansancio, Alice. Esta casa… afecta a todo el mundo, no solo a mí.
Alice encogió los hombros, aunque su intuición le decía que la respuesta de Léa era evasiva. Mélanie, sentada al otro lado de la sala, miraba a Alice como si quisiera decir algo pero no se atreviera.
De repente, un ruido sordo retumbó en el piso de arriba, seguido de un crujido siniestro. Mathias y Hugo regresaron corriendo, con el rostro pálido. — ¡Lucas, viene de arriba! —dijo Mathias, con la voz temblorosa.
Hugo, aunque habitualmente escéptico, se mostraba visiblemente asustado. — Había algo... una sombra. Justo en la esquina del pasillo. Y se movió.
Lucas se enderezó de inmediato, tomando la lámpara de aceite con firmeza. — Está bien. Vamos arriba. Tenemos que averiguar qué está pasando.
Mélanie protestó, sacudiendo la cabeza con energía. — No, Lucas. No, de ninguna manera. Nos quedamos aquí. No vamos a lanzarnos a una trampa.
Lucas le lanzó una mirada severa. — Mélanie, entiendo tu miedo. Pero si ignoramos lo que sucede, solo empeorará. Mathias, Hugo, ustedes vienen conmigo.
Alice se levantó a su vez, a pesar de que su corazón latía con fuerza. — Yo también voy. Si subimos, lo haremos en grupo.
Léa se levantó despacio, con la mirada brillando de forma extraña en la penumbra. — Yo voy. Quiero ver lo que esta casa intenta mostrarnos.
Mélanie retrocedió, sin aliento. — No… Léa, deberías quedarte aquí. Es demasiado peligroso.
Léa le lanzó una mirada tranquila, casi reconfortante. — No te preocupes, Mélanie. Sé lo que hago.
El grupo subió las escaleras, con cada peldaño crujiendo bajo su peso. Lucas sostenía la lámpara de aceite bien en alto, mientras Mathias iluminaba el pasillo con su linterna. El piso de arriba resultaba aún más oscuro que de costumbre, como si la misma luz se negara a penetrar en aquellos rincones.
— Mira allá —murmuró Hugo, señalando el extremo del pasillo—. Allí vi… algo.
Lucas avanzó con cautela, la lámpara temblorosa en su mano. Alice y Mathias lo seguían, mientras Léa daba el último escalón sin mostrar expresión alguna. Al llegar al final del pasillo, nada parecía fuera de lo común. Lucas se detuvo, examinando a su alrededor. — Nada… —dijo casi aliviado—. Quizá solo fue...
Pero antes de que pudiera terminar la frase, una puerta se cerró bruscamente tras ellos, haciendo que todos saltaran. Mélanie, que se había quedado sola abajo, gritó desde el salón: — ¿Qué está pasando? ¿Están bien?
Alice se volvió hacia Lucas, con los ojos bien abiertos. — No fue... el viento. Alguien... o algo... la cerró.
Mathias iluminó la puerta con su linterna, sus manos temblaban. — ¿Y ahora qué? ¿Abrimos para ver?
Lucas asintió, aunque su rostro mostraba preocupación. — Sí. No podemos dar marcha atrás ahora.
Léa se adelantó de repente, con voz serena. — Yo la abriré. Ustedes quédense detrás.
Alice la miró con recelo. — Léa, ¿por qué quieres correr ese riesgo? Acabas de llegar. No sabes lo que esta casa oculta.
Léa esbozó una leve sonrisa. — Quizá sepa más de lo que ustedes creen. Pero déjenme hacerlo.
Antes de que Alice pudiera oponer resistencia, Léa puso su mano sobre el pomo y abrió la puerta. Al otro lado, la sala estaba sumida en una oscuridad total, salvo por un espejo colgado en la pared. La superficie reflectante parecía vibrar sutilmente, como si estuviera… viva.
Lucas retrocedió instintivamente, mientras Mathias observaba el espejo con fascinación. — Es como el del desván… Pero, ¿por qué está aquí? Alice murmuró, apretando los puños. — Esta casa mueve las cosas. Juega con nosotros.
Léa se acercó al espejo, dejando que sus dedos rozaran el marco. — Este espejo… muestra algo. Miren.
Los demás se acercaron con cautela a la superficie. Pero lo que vieron les cortó el aliento. El espejo no reflejaba la sala en la que estaban, sino el salón de abajo. Y en ese reflejo, Mélanie estaba sentada… pero no estaba sola. Detrás de ella, se distinguía una silueta oscura, inerte, casi invisible en la penumbra.
— ¡Mélanie! —gritó Alice, saliendo a toda prisa de la sala.
El grupo la siguió corriendo, bajando las escaleras de prisa. Al llegar al salón, encontraron a Mélanie sola y temblando. — ¿Qué está pasando? ¿Por qué gritan? —preguntó, en estado de pánico.
Lucas recorrió la sala con la mirada, buscando la silueta. — Había... alguien detrás de ti. Lo vimos en el espejo.
Mélanie estalló en llanto, incapaz de soportar más la presión. Léa, que se había quedado atrás, observaba la escena con calma, esbozando una sonrisa leve en sus labios. — Todo estará bien —dijo suavemente—. Por ahora, están a salvo.
El salón, convertido en el centro de una quietud opresiva, estaba iluminado solo por la luz vacilante de la lámpara de aceite. Mélanie, encorvada en el sofá, aún temblaba; las lágrimas recorrían sus mejillas, pero parecía demasiado agotada para hablar. Lucas intentaba mantener el control de la situación, aunque su propio rostro delataba su inquietud.
Alice caminaba de un lado a otro en la sala, sus ojos fijos en Léa, quien permanecía sentada con una extraña serenidad plasmada en su rostro. — Léa —dijo Alice, con voz tensa—, pareces extrañamente tranquila. ¿Cómo es que no entras en pánico… después de todo lo que hemos visto?
Léa levantó lentamente la mirada hacia ella y, con una sonrisa serena, replicó: — Ya se las dije, Alice. Escucho. Observo. Esta casa actúa conforme a sus propias reglas, pero no busca destruir sin motivo. Nos está poniendo a prueba.
Mathias, sentado junto a Mélanie, pareció meditar brevemente antes de comentar: — Nos está poniendo a prueba… Sí, es posible. Juega con nuestro miedo, con nuestras emociones. Pero, ¿con qué fin? ¿Por qué nosotros, en particular?
Hugo negó con la cabeza, soltando un suspiro de fastidio. — Porque estamos aquí, simplemente. No hace falta buscar razones complejas. La casa está maldita, punto final.
Mélanie giró la cabeza hacia él, con los ojos aún llenos de lágrimas. — ¿Y por qué a ti no te afecta nada, Hugo? ¿Por qué no sientes lo que sentimos todos?
Hugo encogió de hombros, esbozando una sonrisa burlona. — Quizá porque soy demasiado racional para creer en fantasmas y maldiciones. Esta casa no me afecta porque me niego a jugar su juego.
Lucas interrumpió la discusión levantando las manos. — ¡Basta! Discutir no nos llevará a ningún lado. Hugo, creas o no lo que esté ocurriendo aquí, debes entender que todos estamos en peligro. Tú también.
Hugo cruzó los brazos, en silencio, mientras Alice se acercó a Mathias, con mirada grave. — Mathias, esas fotos que has tomado… muestran cosas que no se ven a simple vista, ¿verdad?
Mathias asintió, rebuscando en su cámara para encontrar la imagen en cuestión. — Sí. Las sombras, los reflejos extraños… Y el espejo… Había algo en él que no pertenece a esta habitación.
Lucas se enderezó, intrigado. — Muéstranos. Quizá nos dé alguna pista sobre lo que esta casa quiere decirnos.
Mathias dudó un instante antes de mostrarles la imagen en la pantalla. La fotografía tomada en el piso de arriba revelaba claramente una silueta detrás de Mélanie, tal como ya la habían visto antes, pero al acercar la imagen se hizo evidente que la silueta parecía fusionarse con las paredes, como si fuera una extensión misma de la casa.
Alice dio un paso atrás, sin aliento. — No es… una persona. Es… la casa.
Mélanie se levantó bruscamente, negando con la cabeza. — No. No puede ser verdad. Esto no es real. Todo ello está en nuestras mentes.
Lucas puso una mano firme sobre su hombro, instándola a sentarse. — Mélanie, sé que es difícil de aceptar, pero mira la imagen. Observa lo que estamos viviendo. La casa está… viva. Y actúa en nuestra contra.
Hugo gruñó al ver la foto. — Vale, es escalofriante, pero eso no nos dice qué hacer. Entonces, ¿cuál es el plan, Einstein? ¿Esperamos a que la casa nos ataque de nuevo?
Lucas ignoró el sarcasmo de Hugo y se volvió hacia Mathias. — ¿Has tomado otras fotos? ¿De otros lugares donde se vean… esas sombras?
Mathias asintió y, deslizando las imágenes en la pantalla, dijo: — He capturado algo en el desván. Otra silueta, cerca del espejo. Y…
Cuando ella se despertó, el sol comenzaba a asomar en el horizonte y Clara ya estaba en pie, vigilando los alrededores.
— ¿Has dormido? —preguntó Clara sin volverse.
Elise asintió con la cabeza, aunque en realidad no era del todo cierto. — No lo suficiente.
Samuel gruñó al incorporarse, con el cabello desordenado. — Si nos movemos ahora, espero que finalmente encontremos respuestas. Porque ya estoy harto de estar corriendo.
Elise guardó los documentos y la memoria USB en su mochila antes de levantarse. — Nos movemos.
Clara asintió, ajustándose la mochila sobre los hombros. — Muy bien. Pero prepárate, porque la próxima etapa será la más arriesgada.
Se detuvo bruscamente, con los ojos muy abiertos. — Oh... no.
Alice se acercó, con el corazón latiendo con fuerza. — Mathias, ¿qué? ¿Qué ves?
Mathias les mostró una nueva foto, tomada por casualidad cuando había salido a inspeccionar las ventanas con Hugo. En el límite del bosque, una silueta estaba de pie, inmóvil. Pero lo que sorprendió a todos fue que se parecía extrañamente a Léa.
Lucas retrocedió un paso, tragando saliva con dificultad. — Léa... Eso no eres tú, ¿verdad? Has estado aquí todo este tiempo.
Hugo soltó una risa, aunque nervioso. — Genial. Ahora, Léa es un fantasma. ¿Quieren que también creamos eso?
Léa se limitó a mirarlos, con su enigmática sonrisa siempre presente. — Ya les dije... la casa actúa según sus propias reglas. Quizás lo que ven... es parte de esas reglas.
Alice apretó los puños, girándose hacia Lucas. — No podemos seguir así. Esta casa manipula todo, incluso lo que creemos ver. Y Léa... hay algo que no está bien.
Lucas alzó las manos, con la voz tensa. — Alice, basta. No podemos acusar a Léa sin pruebas. Ella está con nosotros y nos ayuda. Las fotos... pueden ser ilusiones.
Mathias murmuró, con los ojos fijos en la pantalla. — Pero si no es una ilusión... entonces Léa podría estar vinculada a esta casa. De alguna manera.