Dos años después…
—¡No puede ser, maldita sea!
Aquel día se había convertido en un completo desastre. Además de tener que trabajar medio día organizando la cena de aniversario de la empresa, ahora debía hacer malabares para llegar a casa, cambiarme de ropa e ir corriendo a la universidad para recibir mi título.
Porque sí, después de mucho esfuerzo y noches sin dormir, al fin me había titulado como Ingeniera en Administración de Empresas.
Entré a casa como un torbellino, pateando la puerta con la rodilla porque tenía las manos ocupadas con el bolso, el tupper vacío del almuerzo y el celular que no dejaba de vibrar con notificaciones del grupo de excompañeros de universidad.
—¡Quince minutos, Francisca! ¡Solo quince minutos! —me grité a mí misma mientras arrojaba todo sobre el sofá.
Pero en el apuro, el bolso se me resbaló del brazo y se vació por completo en el suelo. Llaves, lápiz labial, monedas y hasta una toalla sanitaria salieron volando como si hubieran estado esperando el moment