Aquel día me desperté mucho antes de lo previsto. Los nervios no me dejaban dormir; no podía dejar de pensar que, después de tanto tiempo, finalmente iba a salir con él, el chico de los ojos azules que me traía tan boba.
Estaba rebuscando en el armario, tratando de decidir qué ponerme para ver a Phillip, cuando oí que golpeaban la puerta. Me apresuré a correr al primer piso y abrir la puerta, y al hacerlo, me encontré con Carla, de pie en la entrada, con una sonrisa enorme que le iluminaba la cara.
—¡Hola, cuñada! —saludó con emoción—. ¿No pensabas contarme que vas a salir con mi hermanito? —dijo, fingiendo molestia con una ceja alzada.
Sonreí, algo culpable, y la invité a pasar, haciéndome a un lado.
—¡Lo olvidé por completo! Perdón... —le dije mientras cerraba la puerta detrás de ella.
—Pues, para tu suerte, él me lo contó hace un momento y he venido corriendo para asesorar tu imagen —me guiñó un ojo con complicidad.
Carla me miró de arriba a abajo y frunció el ceño con una teatral