Sebastián suspiró resignado.
—Me duele mucho... —Luciana no podía levantarse del dolor. El recipiente de comida rodó hasta detenerse contra la pared.
Sebastián se acercó y la sujetó del brazo para levantarla como si fuera una pluma.
—¡Ay, ay, ay! —se quejó ella. Parecía que se había torcido el tobillo y no podía apoyar el pie.
—No puedo mantenerme en pie... —dijo con expresión afligida.
Sebastián la tomó en brazos de improviso. El movimiento fue tan repentino que Luciana, sin pensarlo, se aferró a su cuello. Durante todo ese momento su mente quedó en blanco.
Ya en el elevador, el espacio era reducido y el aire no circulaba. Estaban tan cerca que sus respiraciones se entremezclaban, creando una atmósfera extrañamente íntima. Si no hubiera estado bajo los efectos del alcohol, Luciana habría querido que la tierra se la tragara por esta situación tan incómoda. Realmente había hecho el ridículo.
—¿Qué piso? —preguntó él con voz profunda.
Aunque Luciana estaba algo más lúcida, dada la situac