Luciana miró a su clienta, que observaba a su esposo claramente alterado.
—Tú fuiste infiel, ¿y crees que no tienes nada de culpa? —le gritó ella.
—No le señales con el dedo a mi clienta. Estamos en un juicio. ¿Así eres también en casa? —dijo Luciana, tocando suavemente el brazo de su clienta.
La clienta se quedó atónita un segundo, pero de inmediato entendió lo que Luciana quería hacer. Entonces respondió con voz firme:
—Ya me he acostumbrado a que me grite. Siempre lo dejo pasar, pero hoy estamos en un tribunal. Y sigues igual. ¿Ni siquiera respetas al juez?
El demandante se quedó aún más desconcertado.
—Tú... tú... —balbuceó, sin poder contenerse.
—¡Dime la verdad! ¿No fue esta abogada la que te enseñó a decir estas cosas?
—¿Acaso ella podía prever que ibas a enojarte en medio del juicio? ¿Tiene poderes para ver el futuro y advertirme antes? —respondió la clienta de inmediato.
Luciana levantó el pulgar. ¡Fue la respuesta perfecta!
La clienta sonrió un poco. Le había salido natural,