—¡Fuiste tú. ¡Tú me tendiste la trampa! ¡También eres tú el que está detrás de la caída de los Soto, ¿verdad?! ¡Alejandro, voy a matarte! —gritó Andrés, apretándole el cuello.
Alejandro, con el brazo enyesado, no podía defenderse.
Pero Andrés todavía tenía el cuerpo afectado por la droga. Su fuerza era limitada.
Ricardo y Joaquín quedaron impactados.
El ataque fue inesperado.
Pero reaccionaron rápido, y cada uno lo agarró por un brazo, obligándolo a soltar a Alejandro y derribándolo.
—¿Estás bien, Alejandro? —preguntó Joaquín.
Alejandro se había golpeado en la cabeza contra el piso. Aturdido, miró su brazo inmovilizado. Aparentemente estaba bien.
Apoyándose en el otro, se levantó.
La mujer se había quedado en un rincón, observando a los tres hombres que acababan de entrar.
No entendía bien qué estaba ocurriendo.
Alejandro se dirigió a ella.
—¿Él te violó? ¿Llamaste a la policía?
La mujer, al ver que ellos también odiaban a Andrés, fingió estar aterrada. Con los ojos rojos, asintió.
Lo