Andrés tenía una venda enrollada en la cabeza, la barba crecida y la ropa completamente arrugada. Iba de un lado a otro con el teléfono en la mano, alterado y agitado.
—Esos proyectos son lo único que sostiene la empresa. Metimos todo ahí. Si no se terminan, perdemos la inversión, y si se rompe la cadena de pagos, nos vamos a la quiebra. Averigua quién está detrás. Yo buscaré ayuda entre mis conocidos para ver si puedo arreglar algo.
Terminó la llamada y, al levantar la vista, se encontró con Luciana.
Se observaron unos segundos a través del vidrio, hasta que ella bajó del auto.
—Luciana... —dijo, ansioso.
—Me vas a decir señora Torres. No somos cercanos —contestó con una voz dura y seca, dejando claro el límite entre ambos.
—¿Podemos hablar? —Andrés tenía las manos húmedas por el sudor.
Era justo lo que Luciana esperaba.
Señaló un café del otro lado de la calle.
—Allá.
Andrés dudó. Sabía que tenía un aspecto lamentable.
—¿No vives por aquí? Mejor vamos a tu departamento.
—¿Crees que d