—Si no quieres, no tomes —dijo Luciana, poniendo el vaso en la mesa.
Alejandro no dijo nada. Solo volvió a pensar en lo bonita que se veía mientras dormía. Tranquila. Perfecta.
—Sí quiero —dijo por fin, con la voz áspera.
Luciana le acercó el vaso, acomodando la pajilla para que pudiera beber.
Alejandro tomó despacio, como si fuera algo caliente. Solo cuando se lo acabó, se sintió un poco mejor.
—Me pica la cara… ¿puedes ayudarme a limpiarla? —la miró, con una expresión entre cansada y cariñosa.
Todavía tenía restos de sangre y desinfectante en la frente. No era común verlo así, tan descuidado. Luciana, sintiendo compasión, respondió:
—Aquí no hay ni toalla ni agua. Voy a la tienda.
Salió de la habitación.
Alejandro siguió sus pasos con la mirada y sonrió.
Sabía que Luciana no era indiferente del todo.
Apenas se fue, alguien abrió la puerta. María entró apurada.
—¿Estás bien? —preguntó mientras lo revisaba, con la voz temblando—. Cuando te vi todo cubierto de sangre, me asusté tanto… p