—¿Hola?
Jay y Silvia se incorporaron de un salto y giraron hacia el corredor. Allí encontraron un robusto prototipo del abuelo granjero americano, el agua chorreando del ala de su sombrero para llover sobre su gruesa chaqueta y sus botas de goma.
—¿Ustedes son los que necesitan llegar al pueblo?
—¡Sí! ¡Somos nosotros! —replicó Jay.
—Entonces traigan sus cosas y larguémonos de aquí mientras aún podamos.
El hombre giró sobre sus talones y se alejó hacia el estacionamiento.
Jay detuvo a Silvia cuando iba a ponerse su chaqueta.
—Ten —dijo, dándole su propia chaqueta.
—¿Y tú?
—Imagino que tendrás que ayudarme a no morir de frío.
El bocinazo desde afuera empujó a Silvia a aceptar la chaqueta. Jay reemplazó el gorro de lana por su propia g