16. La Cereza de tu Postre

Después de cambiar de posición mientras hablaban, o pararse y caminar un poco, volvieron a sentarse juntos para un lujoso almuerzo de snacks y refrescos de las máquinas expendedoras. Entonces Silvia retrocedió a su extremo del sofá y se hizo un ovillo allí, observando a Jay mientras él hablaba.

Quería recordar tanto como pudiera de él. Porque de una forma desprovista de todo dramatismo, la había salvado. Su compañía le había permitido dar el primer paso para dejar atrás lo que le ocurriera. Le había dado qué pensar y qué recordar en su largo camino a casa, algo que no fuera el violento episodio que destruyera sus sueños para siempre.

Jay le palmeó las piernas con el dorso de la mano y señaló sus propias piernas. —Ven, apoya tus pies aquí antes que se te entumezcan las rodillas.

—¿Qué?<

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