Simplemente, Dulce
Simplemente, Dulce
Por: Dia Mond
Pròlogo

Dulce García

Había olvidado unos documentos importantes en mi trabajo. Era viernes y tuve que volver al bufete en el que trabajaba para buscarlos. Acababa de hablar con mi amiga para informarle que iría por ellos. Al entrar al edificio la encontré esperándome en la recepción. Subí los treinta pisos hasta el nivel en donde estaba ubicada mi oficina. Solté un suspiro cuando vi que las carpetas estaban sobre mi escritorio.

Le avisé por mensaje que ya había encontrado lo que buscaba. Bajaría enseguida, pero un ruido proveniente del despacho de mi jefe llamó mi atención. No quería ir a ver, pero seguridad no me respondió cuando intenté contactarlos. Dejé mis cosas encima del escritorio y caminé a paso lento.

―¡¿Quién anda allí?!

Grité, pero nadie respondió. La luz del despacho era tenue y la silla del escritorio de Don Massimo, estaba girada. Lo que sonaba era su computador. De seguro olvidó apagarlo. Solté un nuevo suspiro y caminé hasta el escritorio en medio del inmenso lugar.

Tomé el mousse y apagué el aparato, pero una agitada respiración llamó mi atención. De pronto la silla se giró y unas manos subieron por mi cintura. Me quedé de piedra, no sabía qué hacer. Me sentí extrañamente excitada. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mis pechos se endurecieron. De manera instintiva me mordí el labio cuando sentí que alguien se paraba detrás de mí.

―Shhh… ―susurró en mi oído. Ese aroma, pensé. Era indudable, mi jefe Massimo era quien estaba detrás de mí―. Dulce ―balbuceó―, mi hermosa e inocente, Dulce.

¡¿Quéee?! Pero ¿qué era lo que decía?

Sus manos seguían subiendo y esta vez delineaban mis curvas. Habían pasado de mis caderas hasta los costados de mis pechos. Dejó su cabeza sobre mi hombro y su respiración lograba chocar sobre la piel de mi cuello. Una de sus manos hizo un recorrido desde mi vientre, pasando por el medio de mis dos pechos y llegando hasta mi cuello. Me tomó de manera posesiva; no apretaba, pero su mano era firme.

Cerré los ojos, era la primera vez en mi vida que un hombre me tocaba de esta manera. Deseaba que siguiera. La tensión que había entre los dos era indescriptible, pero cuando su lengua toco mi piel me hizo despertar. Estaba borracho, el aroma alcohol me provocó asco. No podía negarlo. Me alejé de golpe; lo rechacé enseguida.

Corrí hasta la puerta sin mirar atrás. Tomé el móvil y mis carpetas y salí huyendo de allí. Podía escuchar mi respiración en el silencio del elevador, jamás se me había hecho tan eterno el viaje hasta el recibidor. Mara me recibió con una sonrisa, pero yo negué con la cabeza. Caminamos en silencio hasta salir del edificio. Subimos a un taxi y nos fuimos al apartamento que compartíamos.

―¿Qué pasó? ―preguntó mi amiga apenas nos sentamos en el sofá―. Traes cara de asustada y me estás asustando a mí también.

Tranquilicé mi respiración y fijé la mirada en las carpetas.

―Mi jefe estaba allí ―solté al fin―. Creo que había bebido, no lo sé ―me puse de pie y comencé a caminar―. Pensé que estaba sola. Entré a apagar su computador y me tomó por sorpresa.

Dudé en seguir hablando.

―Pero eso no tiene nada de malo, tu jefe es un abogado y es obvio que de vez en cuando se tome algunos tragos con sus socios o simplemente para divertirse ―Mara sabía el rubro, ella trabajaba como secretaria en las mismas oficinas solo que unos pisos más abajo―. Aparte que tu jefe ¡Uff! ―bufo―. Con ese genio que se carga.

Asentí y terminé por guardarme lo que pasó después.

―Tienes razón. Es solo que me sorprendió, nunca lo había visto de esa forma. Aparte que apareció de repente.

Mi amiga tomó mi mano y me calmó.

―Te entiendo, es enorme, parece un guardaespaldas más que un abogado.

Las dos nos carcajeamos y así poco a poco mi preocupación fue bajando.

Pasé el fin de semana entre salidas, charlas con mi amiga y mi hermano; planificando lo que serían las vacaciones. Por fin conocería el lugar en donde vivía mi hermano y su novia. Ellos estaban juntos hace un tiempo y no había tenido la oportunidad de conocerla.

La noticia de que iba a visitarlos les cayó como anillo al dedo. Ellos deseaban casarse y mi visita los alentaba a preparar todo. Ojalá la sorpresa de que me quedo a vivir en España, la reciban igual de bien. Gracias a mi trabajo, había logrado ahorrar lo suficiente como comenzar un pequeño negocio en tierras europeas, aunque un finiquito de la empresa me ayudaría mucho.

El lunes por la mañana, como todos los inicios de semanas, llegué muy temprano a la oficina. Preparé mi material y me fui con las carpetas a la oficina de mi jefe. Luego salí por café y algo para el desayuno. Él llegaba de la casa de sus padres, no acostumbraba a comer, por lo que lo primero que hacía era pedir café.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando escuché su voz al decir mi nombre apenas entré en su despacho. Me sonrió y luego de darme los buenos días y revisar su material, se me quedó viendo.

―Dulce, quiero disculparme con usted por mi comportamiento del día viernes ―soltó y recordé todo, pero me quedé en silencio―. No fue mi intención asustarte, tampoco tocarte de esa forma.

Asentí.

―No hay problema, es asunto olvidado.

Dije, tratando de restarle importancia al asunto.

―Pero para mí, no ―¿Qué es lo que acaba de decir? Me quedé muda, sorprendida, mi estómago se sentía revuelto―. Sé que esto debe sorprenderte, pero para mí no pasará desapercibido. Quiero ofrecerte un puesto en el bufete, podrás elegir la oficina que decidas. Así no tendremos roces.

Espera, ¿está tratando de moverme de puesto por lo que había sucedido?

―¿Y si mejor me despide?

 Pregunte, dejándolo en silencio.

― No quiero llegar a ese punto ―contrarresto.

―Pero a mí me haría bien, si le soy sincera, estaba buscando la forma de hablar con usted sobre un despido o una posible renuncia ―ahora era él, el sorprendido―. Llevo un par de años como su asistente y no quiero perder la antigüedad. Si usted me despide sería más beneficioso para mí.

Asintió en acuerdo.

―Está bien ―se giró en su silla―, deja tu puesto hoy mismo y le pediré a mi secretaria que entrene a alguien más.

Cerré los ojos y solté un suspero. ¡NADIE ES INDISPENSABLE! Gritaba mi cabeza.

―Ok.

Respondí y enseguida me puse de pie.

―Regresa más tarde por favor ―el tono de su voz era ronca―. Me gustaría poder hablar contigo.

Esa cercanía y seriedad, se me hacía imposible decirle que no.

―Sí, estaré aquí a las cinco de la tarde, ¿está bien?

 Asintió y salí de allí antes de que las piernas me flaquearan.

Me retiré hasta mi despacho. Recogí todo lo que era mío y lo metí en mi cartera. Luego tomé mi saco y me dirigí hasta el primer piso. Mara me acompañó, estaba contenta por lo que había decidido y extrañada por lo que le había contado. En fin, me fui a casa y me dormí hasta tarde. Al despertar preparé algo de comer.

Tomé el móvil que me habían dado en la oficina y saqué todos mis datos personales. Esa tarde se lo entregaría a mi jefe. De repente me di cuenta que podríamos haber hablado enseguida, pero, ¿por qué me había citado tarde? Solté un suspiro y luego me metí bajo la regadera.

Me vestí semi formal. Tomé todo lo que tenía en mi casa de la oficina y las introduje en mi pequeña cartera. Sali de la casa y subí a un taxi. La empresa no estaba lejos, pero era otoño y no estaba dispuesta a pasar frío. Nueva York siempre había sido helado para mi gusto. Como siempre, subí hasta el piso treinta y encontré que todo estaba vacío. Solo se escuchaba la voz de mi exjefe al teléfono, así que caminé hasta su despacho y toqué la puerta.

Mi jefe la abrió de inmediato. Estaba en camisa y sin corbata. Parecía molesto, pero me sonrió al verme allí. Pasé y él continuó hablando por el móvil. Por inercia comencé a ordenar su escritorio y a recoger sus cosas. Organicé todo en su lugar, recogí el saco y la corbata que estaban tirados a un lado de su silla.

―Pensé que no vendrías ―dijo más casual y calmado cuando cortó la llamada―. Aquí tienes ―me entregó un cheque y un par de documentos más―. Allí encontrarás una carta de recomendación, algunos documentos de tu evaluación aquí en la empresa y tu intachable hoja de vida ―sonreí y asentí.

―Muchas gracias, señor.

Se me quedó viendo.

―Dime Massimo, Dulce, ya no soy tu jefe ―asentí en acuerdo―. Creo que te preguntarás ¿por qué te hice venir a esta hora? ―volví a asentir y dejé a un lado los documentos―. Seré directo, quiero saber si ―aclaró su garganta―. ¿Me concederías una salida?

Al soltarlo me quedé de piedra.

―Perdón, perdón ―salí de mi trance―. ¿Qué fue lo que dijo?

Pregunté soltando el aire.

―Te pregunté que si querrías salir conmigo.

La situación era tan tensa que se podía percibir en el ambiente. La verdad es que no supe qué responder. Después de que me había despedido con tanta facilidad, ahora me estaba pidiendo una oportunidad para salir conmigo. Pero, ¿qué le pasa a este hombre? Por otro lado, él siempre ha estado rodeado de modelos hermosas y aun así quiere que yo lo acompañe.

Massimo Onuris

Me había pasado la mañana pensando. Ella quería renunciar, quería ir sede mi lado. Solté un suspiro. No sabía si era de rabia o de impaciencia. Mi amigo Kay había llegado hace unos minutos, pero no era de mucha ayuda. Gruñí por lo bajo cuando me comentó que lo mejor era decirle que estaba obsesionado con ella.

―Entonces, ¿cómo llamas a lo que has hecho estos últimos años? ―preguntó al dejarse caer en el sillón―. Has estado enamorado y obsesionado con ella desde que la viste por primera vez. No sabía nada, así que la capacitaste. Incluso, tenía una amiga a la que le disté trabajo. También debo recordarte que la llevaste de viaje ―rodé los ojos.

―No te pedí que vinieras para que enumeraras lo que he hecho con ella.

Solté con amargura.

―Entonces, ¿para qué estoy aquí, cariño? ―dejo caer los dos puños sobre mi escritorio―. No te pongas violento, eso no viene contigo y tu traje.

Estira su mano dejando salir su lado femenino.

―Estás aquí para ayudarme y darme ideas. Necesito saber qué le diré hoy ―paso mi mano por mi cabello y niego con la cabeza―. ¿No tengo ni idea para qué la cité hoy? ―espeto con frustración―. ¡Qué Idiota!

Grité exasperado.

―Ni me lo digas ―se carcajeó.

―¡IDIOTA! ―me dejé caer en mi asiento.

―Ok, pensemos en lo que vamos a hacer ―se puso de pie y caminó hasta los asientos frente a mí―. Ella vendrá hoy, entonces esta es tu oportunidad de hacerle una invitación ―me quedé pensando―. No tienes alguna cena o gala próxima ―asentí de inmediato―. Aprovéchala, consiéntela; ofrécele una noche inolvidable y date la oportunidad de ver qué pasa ―lo escucho, pero no asimilo sus palabras. Kay pone su mano en mi brazo y se me queda viendo―. Date esta oportunidad; no todas las mujeres son iguales. Puede que este sí sea tu momento.

Las palabras de mi amigo calaban muy dentro de mí. El resto de la tarde estuve planificando qué decirle y cómo hacerle la invitación. Dejé a mi secretaria ir antes de tiempo. Me encargué de que el edificio estuviera casi vacío a eso de las cuatro de la tarde. No bebí y tampoco comí. Preparé algunos documentos para ella y la esperé.

Para mi mala suerte mi padre llamó y tuve que contestar. Había algunos problemas con el divorcio de mi hermana y ellos querían que me hiciera cargo de todo. Lamentablemente no podía hacerlo, porque estarían comprometidos mis principios. Así que los derivé a un colega, prometiéndoles visitarlos más a menudo. Ya no les bastaba solo los domingos.

Estaba en eso cuando escuche la puerta; era ella. Dulce había llegado. Estaba vestida de forma casual, pero se veía hermosa como siempre. Tan pronto pude corté la llamada. Se había puesto a ordenar mi escritorio como acostumbraba a hacerlo. ¿Cómo podía seguir siento tan servicial si ya no trabajamos juntos? Era inexplicable como esta atracción que siento por ella. Soy un hombre adulto, pero a su lado me sentía un simple niñato.

Recorrer su cuerpo el viernes anterior, había sido tocar el cielo. Ella se dejó llevar por un momento, pero algo la hizo salir. No lo logro recordar muy bien, pero sé que algo provocó esa reacción, aún y cuando en un principio fue tan receptiva. En definitiva, ella no era como cualquier mujer. Quizás, Kay, esta vez tenga razón y esta mujer resulte ser la diferencia que necesito en mi vida.

Me siento frente a ella y hablamos de su despido. Le entrego su cheque y un par de documentos. Ella sigue comportándose con formalidad. Me dedico a disculparme y luego le pido que me llame por mi nombre. Me encantaría escucharla gemir mi nombre, pero con que lo diga por ahora me conformo. Entonces tomó valor y suelto la pregunta.

―¿Me concederías una salida?

Ella se me queda viendo. Creo que la sorprendí.

―Perdón, perdón ―dice sacudiendo un poco su cuerpo―. ¿Qué fue lo que dijo?

Pregunta y yo quiero reír, pero no sé qué hacer en este momento. Me siento como un niñato.

―Eso ―traté de sonar lo más natural que podía―. Te concedo el despido, pero a cambio, debes salir conmigo una sola vez ―la situación era tensa, muy tensa. Por lo que trato de mediar o de armar una frase―. ¿Me podrías acompañar a la gala benéfica este fin de semana? ―formulo de repente―. Siempre lo haces y no quiero errores.

Ella asiente y la tensión se esfuma.

―Sí, obvio, no tengo problema ―responde con una sonrisa―. Es la del museo metropolitano, ¿verdad? ―asiento, ella está más enterada de mi calendario que yo―. Perfecto, cuadraré los horarios. ¿Va a necesitar chofer o algo?

Pregunta al sacar su teléfono, pero esta vez decido que yo me encargaré de todo.

―No, nada, esta vez seré yo quien prepare todo ―le digo sonriendo, es extraño, pero sí, sonrió―. Déjame consentirte ―ella se me quedó viendo―. Velo como una oportunidad de aumentar tu finiquito.

No quería llegar a este punto, pero sé que necesita el dinero.

―No sería ético ―contesto de inmediato.

―Recuerda que ya no eres mi empleada.

Se lo pensó y a los segundos asintió. Me puse serio y pronto nuestra incómoda conversación llegó a su fin. Hice un cheque con algo extra, una cifra bastante alta, pero todo esto valía la pena. Se lo entregué y la vi contrariada. Le pedí que disfrutara, era algo que se había ganado. Ella se marchó, pero antes dejó anotada su dirección en una hoja. Ya a tenía, porque sabía mucho sobre ella. Conocía todo sobre su vida. Abro mi caja fuerte y saco su archivo. Dulce jamás sabrá todo lo que hizo en mi vida. Ella me marcó sin siquiera darse cuenta.

Flash Back

La mañana había comenzado. Pasé el fin de semana completo en la oficina. Estaba estresado. Estuve de cumpleaños y solo me aislé. Me estiré y metí mis cosas en el baño privado que tengo en el despacho. Había olvidado que esa mañana serían las reuniones con posibles asistentes, necesitaba una con urgencia.

Y yo que hasta ayer solo fui un holgazán, na, na, na, na.

Escuché de pronto mientras acomodaba mi camisa que alguien tarareaba una canción. Abrí un poco la puerta y vi como una chica desconocida, algo delgada para la ropa que traía puesta y muy sonriente; organizaba mi escritorio. Abría las cortinas mientras seguía tarareando con sus audífonos puestos. Luego bailaba algo que le hacía mucha gracia. La verdad es que hasta donde estaba se escuchaba la música que traía. Era algo caribeño, una salsa si es que no estaba equivocado.

Era evidente que se trataba de una extranjera, no creo que supiera mucho de oficinas, porque fuera de ordenar y limpiar no traía las típicas cosas que una chica para ese puesto suele llevar. Usaba botines, un traje evidentemente prestado y una cartera cruzada. Me acerqué poco a poco, pero ella no dejaba de moverse. Quería llegar a su lado una vez que se sentara, pero se hizo imposible, por lo que decidí caminar hasta mi escritorio.

¡Madre de dios! dijo y sonrió, tratando de mantenerse seria. Buenos días – extendió su mano para saludarme.

Buenos días, Señorita…

Ella reaccionó y enseguida me extendió una hoja.

Dulce, mi nombre es Dulce García sonrió.

Massimo Onuris.

Era algo nuevo para mí. En mis treinta y tres años de vida, jamás había visto algo así. Nunca leí su hoja de vida, jamás intenté entrevistar a alguien más; solo le di el puesto por el simple hecho de que cuando le pregunté el porqué de vivir en Estados Unidos, ella respondió:

Mi sueño era otro, pero me di cuenta que no importaba el lugar al que fuera, siempre estaría mejor que en la casa en la que me criaron. Cuando tuve edad y ahorros suficientes escapé para donde pude resumió mientras hacía el nudo de mi corbata―. Estudié para ser secretaria, sé llevar una agenda y tratar con las personas. Me gusta el orden y puedo ser de gran ayuda cuando me la pidan de buena manera me extendió la corbata y luego se puso de pie y me ayudó a poner mi saco como debía llevarse.

Simplemente, no necesite más, era ella, simplemente Dulce.

Fin flashback

Mientras recordaba reía. Desde ese entonces las cortinas del despacho siempre están abiertas, las ventanas despejadas y los muebles en un estricto orden. Ella llegó a cambiar muchas cosas en mi vida. Me di cuenta de que me sentía solo, aunque tuviera todo el dinero que alguien pudiese necesitar y ahora que se quería marchar; yo no lo permitiría.

Tomaría esta gala como la oportunidad para poder conquistarla, para poder estar a su lado y confesarle lo que siento por ella. Mi miedo más grande es que se quede a mi lado por mi dinero, pero ya la conozco y sé que no lo haría, Dulce, no. Tiene principios, compartimos algunas creencias y jamás se presentó como una mujer interesada. Cuatro años trabajando con ella y jamás se me había insinuado, aunque hubo momentos en los que ella habría podido sacar provecho, jamás lo hizo. Su lealtad y profesionalismo eran mucho más grandes y eso me encantaba.

―Dulce, Dulce, Dulce ―suspiré―. ¿Qué me has hecho? ¿Por qué siento tantas cosas por ti y tú no te das ni por enterada? Si tan solo me dieras la oportunidad.

Veía como el atardecer caía. Tomé mi saco y me marché a casa desde donde comencé a hacer los preparativos. Esto sería una oportunidad única en mi vida.

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