Livia se percató de que no iban hacia el hospital cuando el auto tomó el siguiente paso a desnivel.
—Franco, debo ir con mi padre —aclaró en voz baja.
Quizá los regaños de su madre sobre su comportamiento llegaban tarde a su cabeza, pero algo de todo lo que solía repetir había hecho mella, sobre todo, el que jamás debía discutir abiertamente con un hombre de su posición frente a sus empleados, porque le restaría autoridad, aunque después en privado siguiera cada uno de sus deseos a pies juntillas.
—Tenemos un asunto que solucionar entre tú y yo —respondió él sin mirarla.
Su centro se humedeció de inmediato. Cómo era posible que con una frase tan escueta como esa, ella se imaginara todo un arsenal de juguetes sexuales a su disposición empotrados en una pared, con Franco delante, mostrándose en todo su esplendor.
Entraron a una urbanización que ella conocía demasiado bien. Era la misma en la que vivía su familia y eso le provocó un nudo en el estómago. Qué era lo que tramaba ese rubi