La sentencia para Darío

Livia se tomó su tiempo, aun a sabiendas que Franco le había dado media hora. No estaba segura de hacerlo por rebeldía, pero sí de que si eso enviaba un mensaje a los demás, se sentiría por bien servida.

Revisó sus documentos en su bolso y se vio por última vez al espejo. Ya había recuperado un poco el peso que había perdido y sus ojeras no eran tan prominentes como hace unas semanas. Le satisfizo la apariencia que tenía con solo aplicarse un leve brillo en los labios, los que aun mantenía un poco inflamados por los besos de Franco, así que solo se preocupó en la línea de ojos para acentuar sus ojos azules.

Iba vestida con sus botas preferidas de tacón medio, una chaqueta de cuero cubriendo su blusa semitransparente en púrpura, que mostraba sus senos como una invitación y su pantalón de mezclilla negro, ceñido a sus piernas. Todo le quedaba levemente apretado, pero se veía bien y eso bastaba.

Bajó los peldaños sin devolver las miradas de varias personas que no reconoció y sin tocar
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