[LIAM]
(CONTINUACIÓN)
—Debemos parar —le dije, pero sin querer hacerlo.
—¿Por qué? —dijo sobre mis labios.
—Porque es imposible, es mi jefa y necesito el empleo —contesté con sinceridad—. Y porque, si no lo hago ahora, no me detendré nunca —confesé.
Esa era mi condición, mi promesa hacia ella: si la aceptaba, me amarraba a ella y ella a mí. No estaba seguro de que ella quisiera eso, pero mi corazón era lo único que podía ofrecerle.
—No lo hagas nunca entonces —contestó y me besó de nuevo.
La apreté más contra mí, necesitaba sentirla.
Ella me quitó el chaleco y siguió con la camisa. Bajé el cierre de su vestido y toqué su espalda desnuda mientras bajaba mis labios a su cuello.
Qué bueno que el auto era polarizado.
Terminamos con lo que quedaba de ropa; la besé y, con cuidado de no lastimarla, la hice mía. Ese día la hice mía y fui suyo. Lo que la gente pensara ya no importaba, en especial los que pasaban cerca del auto en movimiento, y no porque alguien lo manejara.
Solo éramos ella y yo; desde ahí fuimos un solo corazón.
Escondimos lo nuestro mucho tiempo; era un fastidio no poder gritar lo que sentíamos.
Cuando sus padres se enteraron, fue un escándalo. Me ofrecieron dinero y, no, al parecer no sucede solo en las telenovelas que miraba mamá mientras no me dejaba ver los partidos de fútbol. Al no aceptar, me amenazaron, pero nada importaba más que ella y yo.
Hasta ese día.
El día que decidimos escapar a aquella playa, nuestra playa a la que íbamos en algunas escapadas del colegio y, pues... yo estaba trabajando, no me podían culpar.
Estaba seguro de que la amaba. Compré un collar con un corazón; se lo iba a dar al llegar al hotel. La llevé a la playa, pero, aunque estaba ansioso por decirlo, la veía pensativa, por el largo viaje o por sus padres, pensé.
Se abalanzó sobre mí y me besó como nunca lo había hecho.
Subimos al cuarto lo más rápido que podían nuestros pies.
Basta decir que fuimos uno solo, pero esta vez era diferente, más necesitado, más desesperado, como si quisiera darme todo de ella, sus pensamientos y sus sentimientos, como si por medio de nuestros cuerpos quisiera revelarme algo.
—Quiero vivir, amor —dijo en un gemido.
Cuando todo acabó, la atraje a mi pecho y decidí decirle lo que ya había estado ensayando desde hace mucho.
—No, ya no te amo —dijo. Reí; era muy bromista, pero yo nunca había hablado más en serio en mi vida, nunca con mi corazón en la mano mientras se lo entregaba a alguien.
—No, Andy, no estoy bromeando —intentó de nuevo.
—No, yo estoy hablando en serio, Liam. Yo ya no te amo —dice, y no quiero creer que lo dice en serio.
No después de lo que acaba de pasar, de sentir su amor a través de su cuerpo.
—¡Acabas de decir que me amas, acabamos de hacer el amor como nunca antes! ¿Por qué...?
—Mentí. Siempre me dijiste que era una niña caprichosa de mami y papi que juega con todos solo por tener dinero, pues... Eso fuiste —me interrumpe—. Un juego, pero todo juego acaba cuando se pone difícil, y el matrimonio es una tontería a la que no me voy a someter, y menos con un pobre tonto como tú —termina, y mi mundo se desploma.
Nada de lo que pasamos significó nada para ella. No puedo y no quiero creerlo, pero en sus ojos puedo ver determinación.
—Fui un idiota —digo, y, sin poder detenerlas, mis lágrimas salen haciéndome ver más patético de lo que soy por caer en su juego, dándole el gusto de reírse una vez más de mí—. Espero y te hayas divertido con este pobre tonto —lanzo el collar al piso, ese que para ella no vale nada, ese que, para mi desgracia, le pertenece a ella y se queda con ella, o al menos dejándole los pedazos que quedan de él.
Salgo lo más rápido que puedo; necesito alejarme, irme, morir, pero hasta de eso ya se encargó ella.
De matarme.
¿Suicidarme? No, no estoy demente y nadie vale mi vida.
Pero, haga lo que haga, haré que sienta lo que me acaba de hacer sentir a mí.
Que estoy muerto en vida.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★
[ANDY]
Un ruido fuerte me despierta de golpe.
¡¿Es que ya no se puede morir en paz aquí?! ...Y es aquí cuando recuerdo que...
Yo morí.
Me siento encerrada, abro los ojos de golpe, escucho ruido afuera y no sé qué pasa, no entiendo qué pasa. ¿Por qué no estoy en el hospital?
¡No entiendo nada!
Siento mi cuerpo descansado, como si despertara de un largo sueño o de un coma después de muchos años, pero recuerdo que acabo de cerrar mis ojos.
Pero... ¿entonces por qué...?
¿Dónde está mamá? ¿Por qué no estoy en el hospital?
¿Por qué siento que hay algo que estoy olvidando? Hay algo que es importante... alguien que no debía, no quería... olvidar, pero...
No lo recuerdo.
Detallo lo que parece ser mi encierro, es... es...
¡Una caja fúnebre!
El aire me empieza a faltar, intento gritar, pero nadie me escucha. Me remuevo en la caja, mas nadie me ayuda, si en un funeral e incluso en un entierro la caja es lo único que la gente ve, como si de una escultura o una obra de arte se tratara, o como si esperaran...
Que el muerto reviva.
Lo cual ya no suena tan descabellado si analizamos mi caso. Pero esa sensación de olvido no me deja, ese vacío, esa tristeza.
¿Por qué?
Ni siquiera recuerdo cómo llegué al hospital. Siento que perdí parte de mi vida en recuerdos, lo que es irónico porque perdí toda mi vida en realidad.
O eso pensé.
Vuelvo a escuchar voces. Eso significa que aún no me han enterrado.
Empiezo a mover mis piernas como puedo, porque el espacio es tan ridículamente pequeño, como si de una chica de 17 años se tratara, y eso midiendo tal vez 1.60.
Doy pequeños golpes en la caja, grito y pataleo todo lo que puedo hasta que alguien abre la caja y, como si sufriera de claustrofobia, me levanto de golpe en busca de aire.
Mientras recupero el aire perdido, miro a los presentes.
El sacerdote cae desmayado, y, pues, para qué dar largas, la mitad de la gente cae de bruces al suelo.
Puedo darme cuenta de que no conozco a nadie; es como si estuviera viendo desde el cuerpo de alguien más, pero eso es imposible, ¿cierto?
"Lo dice la que acaba de volver a la vida justo antes de que la entierren", dice una vocecita en mi cabeza.
¿Me estaré volviendo loca?
Una señora se acerca y puedo ver dolor, pero, al mismo tiempo, alivio en sus ojos.
—Estás viva —dice entre sollozos—. Creí que estabas muerta.
Yo también, de hecho.
—Sáquenla de ahí —dice una chica igualita a la señora, pero más joven.
Un joven me toma de los brazos y me carga fuera de la caja.
Hasta ahí todo va confusamente bien, hasta que la señora que me abrazó antes se me acerca de nuevo y dice...
—¡Lena, hija! ¡Esto es un milagro!
¡¿Lena?!