CAPÍTULO 2. Despedida

[ANDY]

Lo veo irse y, en mí, crece un sentimiento agridulce al saber que, por lo menos, él no verá cuando yo me vaya. Caigo de rodillas al suelo, dejando mi corazón al lado del suyo, hecho añicos. Pero estará bien, será feliz cuando me olvide, tiene que serlo, porque...

Porque eso no lo soportaría... Que sufra, simplemente no lo soportaría. Veo el collar tirado a dos metros de mí; me dio su corazón y lo deseché como si nada, pero es lo correcto. No me arrepiento de alejarlo de mí, sé que alguien más le dará la vida que yo le niego, y no por elección propia.

Me acerco al que debía ser el símbolo de nuestro amor; me arrastro hasta él, pero... no puedo. Empiezo a ver todo borroso, mi cuerpo se debilita y mi corazón late cada vez más lento, y así, sin más... me desvanezco.

¿Así acabará todo?

☆゜・。。・゜゜・。。・゜★

Siento frío, mucho frío; siento un olor muy peculiar y sé exactamente dónde estoy.

El hospital.

Escucho unas voces cerca, pero no soy capaz de abrir los ojos. Las voces se escuchan cada vez más claras.

—¿No puede hacer nada, o no quiere? —dice esa voz que... ¿mamá?

—Ella ya luchó todo lo que pudo. No podemos hacer más, aunque quisiera, creo que ni con un milagro ella pueda vivir —dice el doctor Ryan, mi médico de cabecera.

—¡Eso no lo sabe! —dice mamá un poco desesperada.

—Ella estuvo aquí en la mañana; le dije que una emoción fuerte más, y su corazón colapsaría —dice bajo, pero sin dejar la rudeza al hablar.

—Ese muchacho tiene la culpa —responde ella en tono frío.

Abro los ojos y los veo; mamá está sentada en un sofá y el doctor está a un lado con una mueca de notable pesar.

—No —contesto con la garganta seca—. Sí, tiene la culpa... pe-pero la cu-culpa de hacerme vivir cuando creí estar muerta —digo, y me observan con tristeza.

No debería, lo sé, pero no puedo irme sin explicarle que, si lo dejé, fue porque lo amo y no quiero que sufra cuando ya no esté... estemos.

Hace un mes ya que me di cuenta de que estaba embarazada, pero... mi corazón ya no aguanta. No podía sentir felicidad, amor, odio, tristeza, nada, porque mi corazón simplemente ya no servía.

¿Por qué a mí?, ¿por qué? Si quiero vivir, que por lo menos ese ser que es parte de él y parte de mí viva.

Le pido un papel y un bolígrafo a mamá; escribo cada uno de mis sentimientos, esos que estaban prohibidos para mí, y escribo cada explicación que se me viene a la mente. Dije que no lo haría, pero... no estaré en paz hasta que diga mi verdad, así él nunca me perdone.

—Perdón, bebé —digo al pedacito que crece dentro de mí—. No podré salvarte, perdón —digo en tono bajo. Mi madre no sabe de su existencia, preferí que así fuera; ellos nunca aceptaron a Liam, solo era un simple chofer para ellos, pero para mí se convirtió en la parte buena que sí latía de mi corazón.

"Nuestros corazones laten juntos", le dije, y era verdad.

Una lágrima sale y, con ello, mi corazón da su último "adiós" a lo que amé, conocí y dejé ir.

• ────── ✾ ────── •

[LIAM]

La primera vez que la vi, parecía sacada de una película...

De horror.

Estaba despeinada, con ojeras sorprendentemente espantosas y grandes, pero aun con todo eso, para mí era el ser más hermoso que hubiese visto en mi vida.

Hasta que habló.

—No eres mi tipo —dijo. Sonreí para mis adentros y miré divertido hacia otro lado.

Creo que notó que la observaba con admiración.

—Supongo que porque no soy un vampiro igual que usted —contesté, olvidando que estaba trabajando justo para ella.

Creí que me iba a mandar a volar, pero ella solo sonrió; claro, antes se desquitó.

—No, porque eres un Frankenstein operado del cerebro, igualado —dijo, regresando por donde llegó.

"Niña mimada y pretenciosa", pensé. La verdad, tenía un hermoso rostro, aun con esas ojeras, y su piel pálida era hermosa; su cabello brillaba como el sol.

Creí que sería fácil trabajar para esta familia; mi trabajo consistía en llevar a los patrones a sus respectivos trabajos...

O eso pensé.

Pero, para mi sorpresa, la orden era llevar a la señorita Andrea de la universidad a la casa y viceversa.

¡Dichosa orden!

Todo iba bien; de vez en cuando no faltaban esos comentarios mordaces que ella hacía, y yo, en mi mejor intento de ignorarla, más la molestaba.

Era una caprichosa de lo peor, dura de roer y de fuerte temperamento.

Nada podía contra ella. Esa era la versión que le daba al mundo, y de paso a mí.

Hasta ese día.

Desde el estacionamiento pude ver cómo un imbécil la molestaba, y sentí rabia. Caminé hasta donde estaban y le di un golpe en la cara al imbécil, para que aprendiera a respetarla.

Me la llevé al auto y la ayudé a subir en la parte del copiloto. No me gustaba verla frágil; odié verla llorar... y no entendía por qué.

Con el trato que me daba, debía odiarla, pero no. Tantos meses de insultos, aunque suene masoquista, no me molestaban; sentía que no lo decía de verdad y que solo quería aparentar ser fuerte.

Y ese día lo confirmé.

Pero no entendía, ¿por qué me preocupaba?, ¿por qué sus berrinches, su fragilidad y sus dedicadas ofensas solo me provocaban ternura? La vi frágil y, sin saber o importarme lo más mínimo, la abracé y, para mi sorpresa, ella me correspondió.

—Es porque está sensible, Liam —me decía a mí mismo y a mi corazón, el cual empezaba a latir fuerte con solo su tacto.

Debía alejarme o acabaría haciendo una locura. No éramos de mundos iguales; ella tenía todo con solo chasquear sus dedos, yo... trabajaba para darle a mi mamá un poco de todo lo que ella me dio. Su majestad no sabía lo que era la infelicidad; tenía todo, pero yo, yo luchaba y aguantaba malos tratos para ganarme la vida, incluso los de ella, aunque, más que molestarme, me alegraban.

Había aprendido a conocerla, a conocer cada gesto, y solo sé que cada una de sus facetas me llamaban la atención. ¿Acaso me gustaba?

Vivía pensando en eso.

Así que, luego de alejarme de ella, sentí frío, soledad, tristeza y una fuerte sensación de abandono.

Y descubrí que, mientras la estudiaba durante estos meses, en realidad me estaba perdiendo en ella, como la matemática, solo que más confuso, más llevadero, más imposible, pero más hermoso.

Para mi sorpresa, esa sensación de abandono cesó cuando me atrajo a su cuerpo nuevamente y se apoderó de mi boca; se colocó a horcajadas sobre mi regazo y, por más que sentía que era donde debía estar, donde debíamos estar en el mundo, no podía. Ella solo lo hacía por despecho, ¿y yo?

Yo era un tonto enamorado.

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