Mateo no había perdido de vista a Raffaella, así que enseguida notó su expresión de incertidumbre, siguió su mirada y vio que un hombre imponente había salido del ascensor y tampoco apartaba la vista de la chica que ya consideraba su novia, aunque no lo había confirmado con ella, ya todos en la oficina sabían que estaba enamorado.
Sus compañeros lo obligaron a pedir un deseo, soplar las velas y cuando sus ojos buscaron de nuevo a Raffaella ya esta se encontraba frente al hombre, desde donde estaba no podía escuchar lo que decían, pero su mente y corazón estaban alertas.
–Señor Wellington, ¿qué hace aquí?
–Vine por ti.
–Pero usted dijo que podía quedarme.
–Lo dije sin pensar, la verdad es que no puedo dejarte ir así, mi hermana acabaría conmigo. ¿Hay algún lugar donde podamos hablar sin que toda la oficina nos esté viendo?
Raffaella giró y caminó delante de él hacia una de las salas de reuniones, ingresaron, tomaron asiento, ella procuran