Michaela pudo al fin recuperarse y tomando una gran bocanada de aire que exhaló lentamente, entrecerró los ojos y le dijo a su hijo:
–Voy a dejar pasar tu exabrupto porque sigues bajo la influencia maligna de esa arribista mantenida, pero igual dejaré que hagas lo que consideres necesario para manejar tu situación actual.
–Pero suegra… –intentó protestar Alya, sin embargo, una sola mirada de Michaela bastó para que guardara silencio.
–Alya y yo nos iremos, te doy una semana para que te sientas libre de mí, de mi presencia, de mis orientaciones, pero en ocho días debes presentarte en tu oficina y volver a ser ese CEO poderoso que todos admiran. ¿Quieres independencia? La tendrás, pero ten la certeza de que una sola palabra mía bastaría para despojarte de todo, no te creas tan indispensable –acotó su madre en un tono que encerraba tanta advertencia como desprecio.
Ignacio la escuchó y, contrario a lo que Michaela quería lograr, él respiró aliviado, in