La abuela abrazó a Mayte con ternura, como si quisiera envolverla en un manto de consuelo después de tanta tormenta.
A pesar del cansancio en su rostro, sus ojos brillaban de emoción ante la noticia inesperada.
—¡Oh, cariño! —exclamó con una voz quebrada por la sorpresa y la alegría—. Eso es una noticia maravillosa. Ven, siéntate, por favor. No quiero que te alteres. Debes descansar, que ese bebé crezca fuerte y sano, ¿me oyes? —La sostuvo del brazo, guiándola hacia una de las sillas del pasillo.
Mayte sonrió dulcemente, aunque sus ojos estaban empañados por la preocupación.
—Estoy bien, abuela. De verdad. —Colocó una mano sobre su vientre, con un gesto instintivo de protección—. Lo único que importa ahora es Martín. Que salga de esta… que despierte.
La abuela asintió, con una tristeza profunda en el corazón.
—Ese nieto mío… —murmuró, más para sí que para los demás—. Tan cabeza dura como su madre. Pero saldrá adelante. Cuando despierte, voy a hablar con él. Le voy a encontrar una buena