El momento más esperado había llegado.
Los jueces comenzaron a deliberar, las luces del escenario se atenuaron, y un silencio pesado se extendió por toda la sala.
Los concursantes aguardaban con el corazón en la garganta.
Maryam, de pie frente a su diseño, trataba de mantener la calma, aunque el temblor de sus manos la delataba.
Cuando escuchó su nombre, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo.
Los primeros jueces comenzaron a mostrar sus calificaciones: nueve… diez… nueve… diez… Su respiración se aceleró, una sonrisa asomó entre sus labios temblorosos. Pero, de pronto, un número rompió el hechizo: cinco.
El público murmuró sorprendido.
Maryam sintió un nudo en el estómago.
Aquel “cinco” cayó sobre ella como una daga. No era un error de talento ni de técnica; era una herida hecha con intención.
El rostro del juez que lo había puesto le resultó sospechosamente impasible, como si ocultara algo.
Intentó sonreír, fingir que no le dolía, pero cuando bajó del escenario, el peso de la in