Cuando las chicas se enteraron de la noticia, el silencio fue tan pesado que incluso el aire pareció detenerse.
Fiona, con los ojos húmedos y las manos temblorosas, fue la primera en reaccionar.
—Tengo que hablar con Hernando —murmuró, su voz quebrada por la angustia.
Aurora, que se hallaba junto a ella, se interpuso de inmediato, sujetándola por los hombros con firmeza.
—¡No lo hagas! —le advirtió con una mirada de alarma—. Mi hermano es un tonto, Fiona. Si vas con él ahora, lo único que harás será empeorar las cosas. Lo conozco. Iría directo a contárselo todo al tío Martín. ¿Quieres que él sepa qué piensas casarte con un guardia? ¡Nunca lo aceptará!
Fiona rompió en llanto, incapaz de contener la presión. Su corazón estaba hecho pedazos, y en sus sollozos se mezclaba la impotencia con la desesperación.
Maryam, viendo su sufrimiento, se acercó sin dudarlo y la abrazó con ternura.
—Ya, ya, tranquila, —le susurró al oído—. Son solo las hormonas del embarazo. Respira… estoy bien, te lo j