Braulio recorrió su cuerpo con besos lentos, profundos, casi reverentes, como si cada centímetro de su piel fuera un santuario al que había deseado llegar desde siempre. Sus dedos buscaron con suavidad los bordes del vestido, deslizándolo hacia abajo con una paciencia que contrastaba con el fuego que ardía en su mirada.
La tela cayó al suelo como un suspiro, dejando a Aurora desnuda frente a él, vulnerable y poderosa a la vez.
Ella tembló, no de miedo, sino de anticipación, de esa necesidad que se había acumulado durante demasiado tiempo entre ellos.
Él acarició sus pechos con una devoción que la hizo arquearse de inmediato, ofreciéndose, abriéndose para él sin reservas. Ver esa respuesta lo llenó de una satisfacción profunda; Braulio sintió cómo el aire se volvía más denso, cargado de deseo y urgencia. Se inclinó para besar su cuello, deslizando su boca por aquella piel cálida que sabía a tentación.
Mientras tanto, su mano bajó con calma hasta su centro, encontrando una humedad que l