Martín leyó el mensaje en la pantalla de su teléfono y un fuego oscuro se encendió en su interior.
La rabia que lo invadió fue inconmensurable, tan ardiente que sintió que sus venas iban a reventar.
«¿Cómo se atreve a escribirme esto?», pensó, apretando los dientes
«Ella fue quien me obligó a ser su esposo, quien me arrastró a esta farsa de matrimonio… ¿Y ahora quiere el divorcio? Jugar a hacerse la inalcanzable conmigo no le servirá de nada. ¡Jamás!»
Su respiración era agitada, el rostro endurecido por la cólera.
Se levantó de la silla dispuesto a marcharse, pero en ese instante Fely apareció en el umbral, con los ojos llorosos y la voz quebrada.
—¡Mi amor! ¿A dónde vas? —rogó, aferrándose a su brazo con desesperación—. Por favor, quédate. Hoy nos dieron una gran noticia… encontraron una médula ósea compatible para nuestra pequeña hija. ¡La oportunidad que tanto esperábamos! Pero necesito que estés aquí conmigo.
Martín la apartó con frialdad, sin mirarla siquiera.
—Ahora no, encárgat