Manuel abrió la puerta de golpe, su corazón latiendo con fuerza.
La tensión en el aire era palpable, y la incertidumbre lo envolvía como una sombra.
—Pedro, ¿qué sucede contigo? ¿No escuchas que llamo a la puerta? —preguntó, su voz llena de frustración.
Pedro estaba nervioso, casi sudando, pero se esforzó por mantener la compostura.
—Bienvenido, Manuel, pasa, toma asiento —dijo, intentando ocultar su inquietud.
Un aroma penetrante de perfume de gardenias impregnó el aire, y Manuel frunció el ceño al recordar a Fely, quien siempre había tenido ese mismo perfume.
—¿Acaso tienes la visita de tu nuera aquí? —inquirió Manuel, con un tono que mezclaba curiosidad y desconfianza.
—¿Mi nuera? Ah… Fely, no, quiero decir que vino hace rato a saludarme, pero creo que ya se fue. ¿Qué sucede, Manuel? ¿Qué pasa? —respondió Pedro, tratando de sonar despreocupado, aunque su voz temblaba ligeramente.
Manuel miró a su alrededor, sintiendo un ligero presentimiento que rápidamente descartó.
—Pronto haré un