Días después de aquella conversación que los dejó pensativos, decidieron ir al campamento.
El ambiente en casa había estado tenso, cargado de silencios y miradas perdidas, como si cada uno buscara una razón para recuperar la alegría que parecía haberse escapado entre los dedos.
Manuel insistió en que todos necesitaban un respiro, un momento lejos de la rutina, del peso de los recuerdos y las heridas no dichas.
Pidió a Ilse que los acompañara, pero ella se negó.
Dijo que prefería quedarse, aunque en el fondo, todos sabían que su negativa escondía algo más que una tristeza.
Había en su mirada un brillo apagado, un silencio que dolía. No quería ir, no quería enfrentarse al reflejo de la traición y el dolor.
Martín, en cambio, intervino con una idea inesperada.
Sugirió llevar a Maryam.
—Está muy triste —dijo con una voz suave, pero cargada de preocupación—. No ha sonreído en días.
Dudaron. Mayte lo pensó por un momento. Pero cuando vio a la pequeña en el jardín, abrazando a su muñeca con