Braulio regresó a casa aquella tarde con el cuerpo pesado y la mente llena de confusión.
Había pasado horas en la estación, respondiendo preguntas, intentando entender por qué Samantha había actuado como lo hizo, por qué su vida estaba cayéndose a pedazos tan rápido. No traía respuestas, solo cansancio.
Al abrir la puerta, lo primero que vio fue a Aurora de pie en medio de la sala. No llevaba abrigo, ni bolso, ni siquiera parecía haber dado un paso desde que él salió. Su mirada estaba encendida, dura, como si llevara horas, alimentando la rabia que ahora hervía en sus ojos.
—Fuiste a rescatarla —escupió ella, sin permitirle siquiera respirar—. Felicidades, Braulio.
Antes de que él pudiera responder, Aurora lanzó unos papeles sobre la mesa de centro.
El sonido fue seco, contundente, como un golpe directo a su propio pecho. Braulio sintió un estremecimiento recorrerle la espalda.
Caminó lentamente hacia la mesa, como si temiera confirmar lo que ya intuía. Tomó los papeles entre sus dedos