Manuel y Mayte se vieron obligados a alejarse, el aire entre ellos cargado de tensión y confusión.
Ella corrió a ponerse la blusa, sintiendo cómo el frío la envolvía mientras su corazón latía con fuerza.
En su mente, la imagen de Martín, su futuro exesposo, la atormentaba, y no podía evitar sentir un nudo en el estómago al recordar la rabia que había destilado en su mirada.
Martín la miraba con un odio visceral en sus ojos, como si su traición fuera un puñal que le atravesara el corazón.
De repente, el hombre se lanzó contra su hermano, y la escena se tornó caótica.
Los golpes resonaban en la habitación, cada golpe era un eco de la rabia y el dolor que ambos llevaban dentro.
La pelea se desató con una ferocidad que dejó a Mayte sin aliento, sintiendo que el mundo que conocía se desmoronaba a su alrededor.
Los guardias, alarmados por el tumulto, intervinieron rápidamente, deteniendo a Martín en seco.
—¡Perro, traidor! —gritó, su voz llena de furia—. ¡Vas a pagarlo! ¡No toques a mi mujer