Pronto llegó el día de la gran fiesta organizada para la abuela de Braulio, un evento que toda la familia esperaba con entusiasmo y un poco de solemnidad.
Aquel festejo no solo celebraba la vida de la mujer más respetada del clan Icaza, sino que también reunía a figuras importantes, amigos, cercanos, socios y a la propia familia de Aurora.
La casa estaba iluminada desde temprano; la música suave se escuchaba desde los jardines y el aire tenía ese aroma sutil a flores frescas y madera pulida.
Braulio se encontraba en su habitación, ajustándose el esmoquin frente al espejo. Sus manos temblaban apenas, aunque él trataba de ignorarlo.
Había pasado toda la mañana recordándose que debía mantenerse sereno, que nada de lo que ocurriera esa noche podía afectarlo… sin embargo, el simple pensamiento de ver a Aurora lo hacía perder la calma.
Repasó cada botón del saco, respiró hondo, y finalmente tomó aire para disponerse a bajar.
En ese momento, Aurora descendía por la escalera principal. Su ves