Samantha se incorporó del suelo con torpeza, apoyándose en la pared para no volver a caer. Su respiración temblaba, no por el golpe, sino por la furia que se encendía en su interior. Sus ojos, antes brillantes por las lágrimas, se tornaron oscuros, cargados de odio.
—¡Tú me robaste a mi amor! —escupió con una voz desgarrada.
Aurora permaneció inmóvil por un instante, sorprendida por la audacia de aquella mujer. Pero la sorpresa duró poco; su mirada se tornó fría como acero.
La distancia entre ambas se redujo en un segundo, y sin pensarlo, Aurora levantó la mano y la abofeteó con fuerza.
El sonido resonó en la habitación.
—¡Lárgate! —gritó—. ¿Crees que no lo sabemos? ¡Estás coludida con Ricardo Landeros!
El nombre cayó como una sentencia.
—Fue él quien hirió a mi esposo. Y tú lo ayudaste… Si no te vas ahora mismo, irás a prisión.
Samantha se quedó helada. La soberbia desapareció de su rostro. El miedo la inundó de golpe, haciéndola retroceder con pasos torpes. Miró a Aurora como si estu