Pasamos una tarde tranquila, muy tranquila. Por fin podíamos respirar libremente. Sin sentirnos perseguidos, en peligro. Nos sentíamos a salvo. Pero David no se fiaba. No permitió que los guardaespaldas se fueran, seguirían trabajando con nosotros, pero esta vez, cómo chóferes.
-Gracias por aceptar -dijo aliviado luego de discutir con todos nosotros-. Me sentiré más tranquilo.
-Cariño, solo relájate un poco.
-¿Te apetece en la cabaña? -dijo a mi oído, y al escuchar eso un escalofrío volvió a recorrer mi cuerpo. Lo miro y él se ríe al ver mi expresión-. Nos iremos mañana -dice esta vez en voz alta.
-¿A dónde? -preguntó Carmen.
-Quiero estar a solas con mi prometida. Siendo libres -le responde mirándome-. No nos extrañen.
-Oh, vamos. ¿A dónde? -insiste.
-A casa -esta vez la miraba a ella con una sonrisa-. Nuestro hogar.
Su hermano le devolvió la sonrisa cómplice. Eran una familia que con solo mirarse se entendían a la perfección y estaba feliz de formar parte. Desde que D