CAPÍTULO — La Sangre que Despierta
La plaza estaba abarrotada. Pero el silencio tenía filo.
Gael permanecía en pie, en el centro del círculo de piedra, con la espalda recta y los ojos encendidos. El sol bajaba detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un ámbar espectral. Era como si incluso la luz supiera que algo estaba por quebrarse.
Y él, por primera vez, no iba a mirar hacia otro lado.
Lidia estaba encerrada.
Pero no silenciada.
Nayara lo supo de inmediato. Fue un escalofrío que le recorrió el cuerpo.. Un roce sutil en la nuca. Una especie de sombra mental que se colaba por las grietas de los pensamientos más privados.
—Está escuchando —dijo ella en voz baja, acercándose a Khael.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo lo sabés?
—Todavía hay guerreros… —susurró Nayara, mirando a su alrededor sin disimulo—. Sus ojos tiemblan. No están aquí, no del todo. Están conectados a ella seguramente . Lidia los está usando.
Kael asintió con gravedad. Ya no era una sorpresa.
—Entonces que escuche —murmur