Seis Meses De Tortura

—¿Confías en mí como para dejarme sola en tu despacho? Podría haber destruido el contrato.

Sonríe en mi dirección.

—Ahora eres mi mujer. Estaría mal si no confiara en ti—, responde.

Mi mente da vueltas. Eso no suena en absoluto a él. Me pregunto a qué estará jugando.

Se lleva las manos al bolsillo y saca unas llaves. Mientras se acerca a mí, su dedo se entrelaza con el mío y me deja la llave en la mano, mientras su otra mano cubre la mía.

—Tu propio juego de llaves de mi casa.

El gesto es bonito y sincero, pero no entiendo por qué lo hace.

—¿A qué estás jugando? — Le pregunto.

—Señora Casio, yo nunca juego. Simplemente lo hago—, responde antes de depositar un beso en mi mejilla.

Doy un paso atrás, pero eso sólo le indica que dé otro paso en mi dirección.

—¿Por qué retrocedes?

Parpadeo, pero no le respondo.

—¿Qué pensaría la gente? —. me dice. —Al fin y al cabo, eres mi mujer.

Cuando da otro paso, me veo obligada a no moverme. He firmado el contrato. Tendría que tomármelo en serio.

Se me hace un nudo en la garganta cuando Raphael da otro paso en mi dirección. Su dedo roza mi brazo y se inclina contra mí, sus labios cerca de mi oreja.

—Estás muy buena cuando te pones nerviosa.

Muevo la cabeza en su dirección y nuestras narices chocan. Me llevo la mano a la cara por el impacto, pero Raphael se limita a echar la cabeza un poco hacia atrás.

—¡No estoy nerviosa! —, le digo.

Raphael sonríe.

—Bien—, dice. —Me gustan las mujeres fuertes y seguras.

Le observo. Se contradice. Nervioso es sexy, pero de alguna manera también le gustan las mujeres fuertes y seguras de sí mismas.

No le cuestiono ni digo nada. Si lo hiciera, de alguna manera encontraría la forma de usarlo en mi contra.

—¿Puedo irme? — pregunto.

Raphael sonríe.

—¿Tienes que ir a algún sitio?

Frunzo el ceño.

—Lejos de ti sería un comienzo.

Se ríe, se ríe de mí.

—Esa es una forma de hacer que este matrimonio funcione. Pero oye, si tienes que irte, que no te lo impida—, dice Raphael. —Pero quiero que estés en mi casa esta noche.

—Falso matrimonio—, le digo. —Sólo seis meses, ¿recuerdas?

Él asiente.

—Mucho. Pero ¿por qué tiene que ser falso sólo porque sea por seis meses?

Sacudo la cabeza.

—¿Qué quieres? — le pregunto. —¿Quieres que sienta algo por ti?

Raphael sonríe satisfecho. No me gusta, pero le queda bien.

—Los sentimientos son una buena forma de empezar el matrimonio. Aunque generalmente la gente busca amor.

Sacudo la cabeza.

—¿Por qué el contrato? ¿Qué buscas?

Camina detrás de mí, me rodea la cintura con las manos y me abraza por detrás.

—Mi contrato, mis reglas.

Pongo los ojos en blanco.

—Bueno, entonces me voy—, le digo y me suelto.

No voy a mentir, el contacto me ha gustado aun con ciertas cosas que me incomodan de él. Algo que no había sentido en mucho tiempo, pero por supuesto no se lo digo. No le hago saber lo bien que me ha sentado su contacto.

—¿Te acompaño abajo? — Raphael pregunta.

Lo miro y no sé si habla en serio o es sarcástico.

—Puedo bajar sola, muchas gracias.

Asiente y se vuelve hacia su escritorio. Apesta a arrogancia. Ser multimillonario ayuda, por supuesto.

Mis dedos se enredan en mi pelo mientras salgo de su despacho. Creo que he perdido y eso no me gusta, pero ¿qué voy a decirle a mi familia?

No puedo acercarme a ellos y decirles... me casé con Raphael Casio. Sí mamá, el Raphael Casio, pero no te preocupes, es sólo por seis meses.

Me detengo al ver la fila de paparazzi apuntando la cámara hacia su oficina. Están esperando para sacarle una foto, claro que sí. Agacho la cabeza y me dirijo a mi coche.

*

—Respira hondo—, me digo deteniéndome justo delante de la puerta de Raphael.

Su seguridad ni siquiera me detuvo. Raphael debe de haberles advertido de mí. ¿Llamo al timbre o golpeo la puerta con el puño en señal de frustración?

Cuando levanto la mano para llamar a la puerta, ésta se abre de golpe. Raphael levanta una ceja y sonríe. Mi puño se hunde inmediatamente en la espalda, avergonzado.

—Por lo general, la gente no descarga sus frustraciones en la puerta—, dice mientras abre la puerta de par en par.

Parpadeo. Se acaba de burlar de mí.

—Generalmente la gente no se casa hasta pasados seis meses.

Inclina la cabeza.

—Podría nombrar a muchas parejas que sólo duraron seis meses.

Frunzo el ceño.

—No se trata de cuánto duras, sino de esforzarte para que funcione.

Raphael se inclina.

—Yo podría durar mucho—, me susurra al oído antes de arrancarme la maleta de la mano y reírse mientras entra.

¿Acaba de hacer un chiste verde?

Sacudo la cabeza y le sigo dentro.

—¿Dónde duermo?

Raphael sonríe aún más.

—Si estás tan desesperada por acostarte conmigo, dilo. No hace falta andarse con rodeos.

Le golpeo el estómago con el puño y él levanta la mano en señal de arresto. Se ríe y me ordena que le siga.

Su casa es preciosa, salimos por la entrada a la escalera dorada que lleva al segundo piso. Me lleva a la habitación más a la izquierda. En la pared hay innumerables fotos de personas, ninguna de las cuales reconozco. Debe de ser su familia. No habla de ellos y nadie sabe cómo son.

Le sigo hasta el dormitorio. El dormitorio es negro con detalles dorados. Es exactamente lo que esperaba de Raphael.

Mi mente da vueltas y me giro para mirarle.

—No voy a dormir en la misma habitación que tú.

Sonríe.

—La misma cama, cariño. No solo en la misma habitación.

—¡Claro que no! — Escupo. —Somos una falsa pareja, así que en realidad no necesitamos dormir en la misma cama.

—¿Por qué sigues diciendo falsa? —. Me dice. —Que sean seis meses no significa que sea falso.

Le observo atentamente. ¿A qué demonios está jugando?

—Pero eso es exactamente lo que es—, le digo con severidad.

Sus dedos me tocan el brazo y me obligan a alejarme un paso de él.

—No funciona así—, dice frunciendo el ceño. —Eres mi mujer, actúa como tal.

Sacudo la cabeza. No puedo creer que me haya quedado así. ¿Cómo he podido aceptar un contrato matrimonial de seis meses?

Sus dedos vuelven a recorrerme el brazo y esta vez me quedo quieta obligándome a estar bien con todo esto.

—Eras guapísima en el instituto—, me susurra Raphael al oído. Me rodea la cadera con el brazo y tira de mí para acercarme.

Contengo la respiración.

—Pero ahora estás aún más guapa.

Le observo atentamente.

—¿Qué quieres? — Le susurro.

—A ti.

Sacudo la cabeza.

—Sinceramente, ¿qué quieres?

Se inclina hacia mí y me aparta el pelo. Sus labios rozan suavemente la piel de mi cuello mientras me besa. Inclino aún más la cabeza, odiando haberle expuesto más parte de mi cuello. Casi le digo que siga con lo que está haciendo. Esta vez me besa el cuello con más rudeza, y su mano sube por mi cuello hasta agarrarme la cara mientras me gira hacia él, acercando mi cara a la suya. Me aprieta contra la pared y frunce el ceño.

—Devolverme el beso sería un buen comienzo—, me dice mientras me observa.

—No quiero hacerlo. No hasta que me digas la verdad. Podrías tener a cualquier chica, así que ¿por qué este contrato de seis meses conmigo?

Se aparta de mí y se apoya en el cajón negro que tiene detrás.

—Porque nadie se mete con lo que es mío.

Parpadeo.

—¿Qué significa eso?

—Querías una respuesta, ya la tienes—, dice perdiendo el tono juguetón. —El armario está ahí. La mitad está vacía para tu ropa. Puedes instalarte allí.

Le veo marcharse y de repente el aire se enfría. ¿Qué ha pasado? Algo parecía raro.

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