Mi Marido

Descanso en nuestra cama, metida bajo las mantas viendo la tele. Me aburro, pero no se lo digo a Raphael. Cada pocos minutos, mis ojos se apartan del televisor y se dirigen hacia Raphael, que ha convertido nuestro dormitorio en un despacho improvisado para poder vigilarme.

Le había dicho que estaría bien. Seguíamos en la misma casa y siempre podía subir a ver cómo estaba, pero se negó. Decía que necesitaba vigilarme cada segundo, que los minutos y las horas eran demasiado tiempo.

Lo veo usar la mesita donde está el salón, con la espalda encorvada para concentrarse en su portátil.

—Eso es malo para tu espalda—, le digo y eso llama su atención.

—Mi espalda no es asunto tuyo—, dice guiñándome un ojo. —Se supone que debemos centrarnos en ti.

—Al fin y al cabo, eres mi marido—, le digo juguetonamente. —Debería estar...—

Me trabo la lengua y me congelo. Me dije a mí misma cuando Raphael me traía a casa que me alejaría de este matrimonio porque, de todos modos, se había acabado al final de l
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