—Buenos días, Teresa —la saludó la madre de Eric, que estaba leyendo el periódico en francés—. Pareces cansada. Estás muy roja. ¿Tienes fiebre?
—No, estoy bien —contestó Tessa tragando saliva—. A lo mejor es que ayer
tomé demasiado el sol. O la luna…
Apenas había dormido unas cuantas horas, pero consiguió mantener la compostura mientras se sentaba y se servía un cuenco de yogur con miel. De nuevo se había sentado a la mesa con el pelo mojado.
Eric se sirvió un plato de pescado para desayunar. Estaba contento y silbaba encantado. A Tessa le habría gustado darle una patada por debajo de la mesa para que disimulara. Los iban a pillar. A lo mejor, le daba igual.
Mientras desayunaban, charló con su padre sobre las capturas de pesca de la flota y sobre un proyecto urbanístico en las laderas de las montañas y obsequió a Tessa con algunos datos y estadísticas sobre la economía del país.
Tessa sabía por experiencia que aquel hombre podía ser algo gruñón por la mañana, sobre todo hasta que se