La oficina de Nathan había quedado en silencio después de aquel cruce de palabras, pero la tensión no se disipaba. Logan se recostó en la silla con la misma actitud despreocupada de siempre, como si la autoridad de Nathan no le pesara lo más mínimo. Sin embargo, en el fondo, una parte de él estaba inquieta; la manera en que Nathan lo miraba, calculador, como si siempre supiera algo más, lo sacaba de quicio.
Nathan dejó pasar unos segundos antes de hablar de nuevo.
—Ven conmigo. —Su tono era cortante, no dejaba lugar a preguntas.
Logan lo observó sin moverse, con una sonrisa ladeada.
—Joder. Que molesto. ¿Es obligado? No tengo ganas.
Nathan se inclinó sobre el escritorio, su sombra cubriéndolo como una amenaza sutil.
—Entonces me demostrarás que eres todavía más inmaduro de lo que pienso.
Ese comentario logró que Logan frunciera el ceño y se levantara bruscamente de la silla, tirando la cáscara de la última fresa en el basurero.
—Tú y tu maldita manía de dar órdenes.
—Y tú con tu maldi