Desde la escalera y cuidando de que nadie lo viera, Oliver contempló a Abigaíl disfrutando con sus amigos. Escuchó esa pequeña celebración con un nudo en la garganta y se cuestionó lo que había estado haciendo las últimas semanas.
¿Acaso estaba bien acostarse con su alumna? No lo sabía. Solo sabía que respondía a os deseos de su cuerpo, de su mente, ese anhelo de poseerla y tenerla a su lado.
Lo hacía sentir bien. Lo revitalizaba. ¿Acaso usaba a Abigaíl para sentirse más hombre? ¿Para mostrarle el mundo que él también podía conquistar a mujeres jóvenes? ¿Qué no era un miserable como su esposa le decía al mundo?
—Maldita sea —reclamó entre dientes y volvió a esconderse en el cuarto de Abigaíl.
No supo cuánto tiempo pasó. Solo se quedó de pie frente a la ventana, mirando a un vacío inexplicable, con la cabeza aguada en un tormentoso caos que se sentía incapaz de solucionar.
Estaban yendo tan lejos que, la noche anterior, hablaron de vacaciones y de pasar más tiempo juntos. ¿Acaso se est