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El lunes en la mañana, Abigaíl estaba demasiado agotada como para poder llevar a sus hermanos a la escuela y presentarse a la primera clase de su universidad, por lo que se tomó la mañana libre.

Para su desgracia, la noche anterior había salido con uno de sus viejos clientes, esos que pagaban bien y en efectivo y, aunque detestaba el alcohol, puesto que recordaba lo que le había hecho a su madre, solía beber hasta perder el conocimiento, todo para poder irse a la cama con un desconocido.

Antes de irse, Bastián, uno de sus hermanos, le llevó el desayuno. Siempre se preocupaba de que comiera, porque podía apostar que todo era para ellos y nunca dejaba para ella.

Abigaíl apenas reaccionó. Solo pudo despedirse de sus hermanos con un murmuro y, tras entender que estaba haciéndoles lo mismo que su madre les había hecho, rompió en llanto.

Todavía estaba mareada por todo lo que había bebido, y el techo de la habitación seguía dándole vueltas por encima de la cabeza.

Como tenía hambre y fr
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