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Cuando el mediodía llegó, Simona subió e invadió la privacidad de Oliver y se atrevió a despertarlo.

Sus hijas estaban impacientes por verlo y aunque la mujer estaba al corriente del cansancio que el hombre sentía, ese que se manifestaba incluso en su mirada, tuvo que sacarlo de su profundo descansar.

—Paula quiere saber si vendrás a almorzar con ellas —le dijo, mirándolo con angustia.

Tenía sentimientos encontrados. Por un lado, le habría encantado dejarlo descansar todo lo que necesitaba, pero, por otro lado, sabía lo importante que era para él crear un lazo irrompible con sus hijas y lo mucho que debía trabajar en eso.

Oliver suspiró y se pulió los ojos por largo rato.

—Ya voy —siseó con voz ronca por todo lo que había bebido la noche anterior y se reincorporó con dificultad.

El mundo le dio vueltas y el estómago se le revolvió. Respiró profundamente para sentirse un poco mejor y se quedó quieto, a la espera de que el malestar pasara.

Se vistió con prisa y todo bajo los curiosos
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