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Como a Oliver le costaba trabajo dar un primer paso, ella optó por acelerar las cosas, y se pasó por encima de la caja de cambios con su hábil cuerpo para subirse en sus piernas y dominar toda la situación.

Oliver la recibió gustoso, aunque un poco nervioso. No sabía dónde poner las manos y no quería incomodarla, así que con suavidad la tomó por la cintura.

Ella deseaba el contacto, lo anhelaba con entusiasmo.

Sintió que temblaba cuando sus cuerpos se encontraron en ese estrecho espacio y sucumbió en sus labios con los ojos cerrados.

Aunque su piel y su mirada oscura aceleraban su corazón con exageración, eran sus besos, húmedos y profundos, los que la ponían de cabeza.

Nadie le había besado así y cada vez que sus lenguas se encontraban entre humedad y gemidos, la joven desfallecía con tanta pasión.

El corazón le dolió, pero le gustó y es que llevaba tanto tiempo sin sentirse así que empezó a disfrutar cada sensación que la joven encendió en él.

Se convirtió en un hombre salvaje
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