DALTON
No recuerdo haberme sentido tan jodidamente vacío como en ese momento en mi oficina viendo que Lía había renunciado lo nuestro.
La carta de renuncia seguía temblando en mis manos, el anillo de compromiso pesando como una pvta construcción de cien pisos estaba sobre la mesa, y la ausencia de Lía apretándome el pecho hasta dejarme sin aire. El silencio de la oficina era insoportable. Todo lo que alguna vez fue ruido, rutina, hasta sus regaños, de pronto se sentía como el único sentido real de mi existencia.
Me dejé caer en la silla, pasándome las manos por la cara.
— Jo**der, Lía, ¿qué hiciste?
Busqué mi teléfono por inercia y la llamé, pero ella no respondía. Marqué su número una y otra vez hasta el cansancio, pero ella simplemente no respondía. El tono seguía igual de vacío que mi estómago. WhatsApp, mensajes, correos electrónicos en mi pu**ta desesperación porque me respondiera. Nada. Me sentí como un adolescente desesperado.
Me levanté de golpe, el corazón latiéndome como com