Mi respuesta es. . .
LÍA
Ser su esposa, de mentiras, pero ser su esposa al fin y al cabo. Madre mía. De todas las cosas que me imaginé, nunca pensé que salir casada fuera una de ellas. O sea, a ver me levanté con los ánimos de venir a trabajar y de pronto mi sexi y guapo jefe cap**ullo me pidió que sea su esposa.
La oficina se llenó de un calor distinto, eléctrico, como si cada palabra, cada mirada y cada roce fueran una chispa a punto de incendiarlo todo. Por un lado, lo deseaba más de lo que me gustaría admitir, por otro, me daba miedo salir lastimada porque, al final de cuentas, lo que él me pedía era mantener esta farsa.
Dalton me tenía contra el escritorio, el cuerpo apretado contra el mío, la camisa medio desabrochada y ese olor a perfume caro mezclado con peligro y deseo. Sus manos viajaban por mi espalda, pero esta vez fui yo quien tomó el control. Lo miré a los ojos, bajé la mano y solté su cinturón. La respiración de Dalton se aceleró, su sonrisa torcida se volvió una promesa.
— No creas que porq