DALTON
Seguí mirando el búho como si fuera a saltar y morderme con rabia, me veía con odio el muy maldito, pero el verdadero espectáculo empezó cuando mi mamá, aún con la mascarilla ya cuarteada y dos mechones de pelo asomando por la diadema de toalla, se acercó y soltó el grito del siglo.
— ¡Esto es una maldición, Dalton! —Gritó abanicándose la cara con la caja vacía— ¡Te lo juro por la Virgen, por San Judas y por todos los santos! ¿Quién manda búhos de oro a medianoche? ¡Esto es brujería, mafia, santería, Illuminati, y todo lo peor junto!
No sabía si reírme o ponerme a temblar con ella. Estaba en modo "reina de la paranoia," caminando por el penthouse con las manos levantadas al cielo, pisando fuerte las pantuflas de conejo.
— ¡Ay, no, no, no, Dalton! ¡Esto se está saliendo de control! ¡Te juro que investigué todo sobre los Sinclair porque jamás te comprometería con criminales! ¿Y si los Sinclair son una familia de mafiosos, de esos que lavan dinero, hacen tratos en sótanos y desapa