Algunos músculos se le tensaron al escuchar esas palabras, pero solo apretó las mandíbulas y no dijo nada. Su madre, que estaba sentada en el sofá como una estatua, tosió un poco,
—Déjalo que hable, no seas tan duro con él.
—¿Estoy siendo duro con él? El problema acá está en que nunca hemos sido duros con él y esto se ha pasado de los límites. Debimos ser rectos desde un inicio y ahora no tendríamos estos resultados tan vergonzosos —tomó una pausa y su envejecido rostro se endureció—. ¿No nos lo merecemos, nos hemos pasado la vida trabajando para que no te falte nada, o acaso te ha faltado algo alguna vez?
Tomó un respiro y se los quedó mirando, metiéndose las manos a los bolsillos, con los músculos atiesándosele con más fuerza. Muchas respuestas empezaban a cruzarse por su cabeza, pero las palabras se le atoraban en alguna parte de su garganta y no salían.
—Nada, no me ha faltado nada, lo he tenido todo. Desde que era un niño, siempre que venía de clases, llegaban las viejas esas con