Se alejó un par de pasos en dirección al baño y tomó la llamada.
-Al fin contestas, deja de dormir tanto, te espero esta noche para cenar, tu papá quiere que hagas un pastel.
-¿Esta noche? -Hizo una pausa -No, no puedo, mamá.
-¿Cómo qué no? Si siempre vienes a cenar con nosotros al menos dos veces por mes.
Últimamente, no has venido, tienes que venir, ¿o es que acaso no te hacemos falta tus padres? ¿Te estas olvidando de nosotros?
-Cómo vas a decir eso, mamá, es que...
-Hija, por favor, tienes que venir, nunca te pido nada, ven.
Aquella afirmación era una de las tantas mentiras que podía decir Tilza sin inmutarse. Siempre le pedía a su hija que se sometiera a sus exigencias y constantemente, se excusaba en la distancia de esta, para aplicarle un burdo trabajo de culpa con la intención de hacerla sentir mal y doblegarla a sus deseos. Cansada del carácter demandante de su madre, se marchó a vivir a la casa de su difunta abuela apenas tuvo oportunidad, colocando distancia entre a