Él tenía todo el porte de hombre serio. Le pareció que un gesto tan dulce que le hizo el no le encajaba. Le había dado una Pera.
—Tal vez la próxima vez que venga —dijo entregando la fruta al hombre. —No, acéptemelo es un obsequio. —Disculpe usted por traer comida de casa, gracias por la pera. Christina le sonrió de regreso a aquel hombre que le resulto muy atractivo e intimidante, aunque no de manera negativa. Al darse cuenta de que el tenía intenciones de seguir conversando, Christina se despidió con un movimiento de mano y se dio media vuelta para salir del establecimiento. Caminó hasta casa, con un ritmo cardiaco acelerado de lo normal, mientras pensaba en ese hombre tan lindo. Él parecía haberse estudiado todos los movimientos que ella hacía, mientras que Christina nunca lo había visto. No vestía como el resto de los empleados. Encontró bastante lindo la camisa azul marino, con las mangas dobladas hasta los codos, que llevaba, así como los jeans desgastados y su lindo perfil. Le pareció un hombre muy guapo. Se instó a sacar de su mente con rapidez aquel señor lindo. Siguió caminando hasta casa, Al mediodía almorzó, se dio una breve ducha, se vistió y se monto en su auto hasta llegar a su trabajo, que quedaba a varias cuadras. Al entrar a la oficina contable, saludó a Ruthneida, la secretaria, y a los clientes que esperaban sentados. Cuando llegó su jefe, Christina, que tenía cargo como auxiliar contable, lo ayudó con unos impuestos y otros procedimientos. Hasta las cinco y media de la tarde, el trabajo había terminado y por alguna razón , en vez de dirigirse hasta casa, siguió un poco más hasta la tienda. No obstante, ahí estaba, así que al bajar del auto tomó el teléfono y llamó a Frank. —Hola mi corazón, quería saber si te apetece comer algo en especial esta noche. —Christina, te llamé con el pensamiento, estaba por llamarte para decirte que no me esperes a cenar. — ¿Por qué? —Es el cumpleaños de la gerente, los muchachos acordaron ir a comer o beber algo, pero solo vamos los del trabajo. ―Y con eso último, entendió que no estaba invitada. —ok. Entiendo, pásala muy bien corazón. —Ok cariño, un beso. Christina estaba acostumbrada a que su novio salía con sus amigos, situación que era cada vez más frecuente. Empujó la puerta de vidrio y entró al local. En vista de que cenaría sola, no tenía que preocuparse por cocinar un menú que les apeteciera a ambos. Eran apenas las siete de la noche y sabía que estaría sola. Caminó hasta un refrigerador de helados y miró algunas. No solía comer mucho helado y de por sí la situación lo ameritaba ya que estaría sola. Tomo uno de mantecado con brambuesa, Se dirigió a caja rompiendo el plástico protector de esta. Miró a los lados en busca del chico lindo, decepcionándose de no encontrarlo por ninguna parte, aunque no hubiese un motivo para sentirse así. Colocó el helado junto a la caja registradora, para buscar en el bolso la billetera para pagar. —Lo siento. Este helado no está a la venta —dijo la cajera con un tono serio. Christina la miro y levantó una ceja en señal de molestia. Pensó que la chica la tenía tomada con ella y decidió que no toleraría su mala actitud. — ¿Pero por qué no? Estaba en el refrigerador de helados. —Porque no, señorita. Ha sido un error, esos helados no debieron de estar allí, no está a la venta porque aun no están en sistema. —remarcó con falsa amabilidad. Christina insistió en preguntar el motivo por el cual su molestia y la cajera se mostró molesta. —Quiero hablar con el gerente —solicitó. —Señorita, de verdad ha sido un error, lo siento —dijo la chica, aunque expresaba una disculpa, el tono con el que hablaba era demasiado incomodo. —Llama al gerente, por favor. Christina vio a la cajera hacer una seña a alguien y le dijo que en un momento la atenderían. Acto seguido, siguió facturándole a las personas que estaban detrás de ella, ignorándola. Molesta, se cruzó de brazos a esperar al gerente, una señora hizo además de acercarse a la caja, pero fue interceptada por aquel hombre, el chico lindo, al parecer, ejercía un cargo allí, tipo de autoridad en el lugar. Ella le faltó fluidez para hablar por un momento y tartamudeó un poco. Tras dos segundos, logró entrar en si con rapidez y explicó el asunto. El chico lindo asintió en señal de entendimiento. —Factúrale a la señorita lo que le guste —dijo dirigiéndose a la cajera. —Pero… —Que le factures —interrumpió impaciente. —Busca algo con el mismo precio y hazlo. La cajera facturó el articulo con mala gana y le entrego la bolsa donde contenía el producto. Se dirigió hacia la salida del lugar, pensando en que jamás volvería a comprar ahí de nuevo, pues no soportaba a esa chica. —Señorita, ¿me permite un momento conversar con usted? Christina se volvió ante el llamado de la voz grave del chico lindo y asintiendo con la cabeza, siguió la dirección de su mano derecha que le dirigía, hacia una oficina al final del local. Al entrar, la invitó a tomar asiento, pedimento que ella aceptó un poco titubeante. Él, en vez de sentarse al otro lado, en la silla que precedía el espacioso escritorio, lo hizo a su lado, girando la silla en su dirección, a una distancia demasiado corta y con amabilidad expreso… — ¿Te Gusta bolicrun? —Él estiró la mano, alcanzando un contenedor de plástico transparente lleno de bolicrun gomas sin semilla y tras abrirlo, se llevó uno a la boca. Ella negó con la cabeza y él no tuvo más remedio que insistir. — Prueba uno, están buenísimos. — ¿Qué son? —preguntó Christina arrugando la cara. — ¿En serio nunca los has probado? —Ella volvió a negar con la cabeza —El bolicrun es una fruta, es muy dulce. —Christina asintió en señal de entendimiento, arropó ligeramente su labio inferior con el superior, gesto que él encontró de lo más adorable. Son de sabor dulce, muy buenos —dijo extendiendo de nuevo la pequeña bandeja. Observó al chico lindo llevarse otro a la boca entero y masticar, por lo que ella imitó el gesto. Quedó fascinada con el aroma y el delicioso sabor. Él la observó, esperando su reacción. Ella abrió los parpados de par en par, exponiendo unos magníficos ojos verdes muy expresivos y con rapidez, se llevó los dedos a los labios para evitar emitir sonido. A Santiago, Christina le resultó demasiado contenida y eso en el fondo le gustó. —Mmm. —El sonido escapó de los labios femeninos. — Es delicioso. Nunca había probado una fruta así, gracias. Le encantó la forma en que los labios de Christina se curvaron hacia arriba, regalándole una corta sonrisa. —Quiero pedirle disculpas en nombre de mi empleada. Está cubriendo a un compañero en el turno de la tarde, supongo que está cansada y no supo explicarse. —Christina tomó la factura de caja para leer los artículos facturados y había pagado por un Jugo y unas galletas. —Lo siento mucho, puedo devolverla. —No se disculpe, no es su culpa, solo quería explicarle para que esta desafortunada situación, o la de esta mañana, no haga que deje de preferirnos como lugar de compra. —Mi expareja me dejó hace más de un año, ya es hora de que cancele las cosas que me hacen sentir desapercibido — dijo él con naturalidad. Le gustó lo honesto que parecía, su tono de voz masculino, varonil y que hablara despacio, pronunciando las palabras adecuadamente. También la forma de los ojos almendrados de color claros, los tatuajes en los brazos de piel tostada, la camisa planchada y arremangada a la perfección. La estatura, el tono muscular, de hecho, pensó que nunca en la vida había conocido a un tipo tan atractivo. Por lo que hizo lo que hacen algunas mujeres, cuando se sienten incapaces de manejar la ansiedad que le genera conversar con un hombre exageradamente apuesto: huir. Se puso de pie, sintiéndose súbitamente acalorada. Él, que no daba por terminaba la conversación, se sorprendió al verla levantarse. Christina se despidió con rapidez, como había hecho por la mañana. Él, también se puso de pie, le tendió la mano con el propósito de presentarse, saber su nombre y ocasionar un poco de simpatía y amabilidad entre ambos. Ella se la estrechó rápidamente por formalidad y educación, encontrando su tacto deliciosamente cálido y rasposo, cuestión que la hizo suspirar al sentirse mesmerizada, sin entender muy bien por qué. A él en cambio, ese efímero suspiro le encantó, así como lo suave que se sintió su mano entre la suya. —Mi nombre es Santiago —dijo llevándose las manos a los bolsillos de los jeans. —Eh… yo soy Christina —contestó. —Espero verte pronto de nuevo por aquí, Christina —expresó llamándola por su nombre. Santiago le dedicó una mirada provocativa, coronada por una sonrisa. Ella tragó grueso, se le erizó la piel de todo el cuerpo cuando lo escuchó decir su nombre. Asintió sintiéndose un poco extraviada, por completo fuera de lugar. Cuando notó la mano de él tomándola por el codo para detenerle el paso, se sintió temblar. Santiago le abrió la bolsa de compra y depositó en su interior algunos bolicrun goma. —Un obsequió. Espero que los disfrutes. Ella quiso negarse, sin embargo, la necesidad de abandonar aquel lugar se le hizo más apremiante. Solo asintió, musitó la palabra gracias, para luego dirigirse a la salida de la tienda. Cuando la brisa fría del principio de la noche la golpeó en la cara, fue que comprendió lo viciado que estaba el aire en esa oficina, todo olía a él. Respiró profundo en pro de librarse del aroma de aquel hombre. Santiago salió un par de segundos después, lamiéndose el pulgar izquierdo del caramelo natural del bolicrun. La miró irse a través de una de las paredes acristaladas de la tienda. Notó que el auto que conducía iba muy lento, por lo que se preguntó si había sido demasiado descortés durante la conversación. Descartó aquella posibilidad, al recorrer la tienda, pasó junto al área de los lácteos y pensó que esperaba que a Christina el Chocolate con vainilla se le acabará esa semana mucho antes, para poder verla pronto. Christina dejó el auto en el garaje de la casa, se quitó el bolso, guardó el helado en el refrigerador y subió las escaleras apurada. Se despojó del uniforme, de los zapatos de descanso y comenzó a vestirse. Llamó a su novio, pero este no contestó, de todas formas, sabía qué tipos de restaurantes solía frecuentar, así que tomó un taxi hasta esa zona. Tras dar un par de vueltas, no observó en ninguna parte el auto de Frank y le ordenó al taxista transitar un par de calles más abajo. No le costó demasiado visualizar el auto en un pequeño restaurante. Caminó alrededor del local, cuyas ventanas permitían ver a los clientes que estaban en ese lugar. Vislumbró a su novio en una mesa. —tal como este le había dicho, comiendo con la gerente, su esposo y otros empleados de Abucenter que también parecían acompañados. Christina iba con intenciones de sorprender por primera vez a su novio y con algo de suerte, hacer algo distinto, luego lo dejaría salir a sus anchas con sus amigos como siempre, así que verlo rodeado de otras personas la asombró, pensaba que era algo netamente laboral. De todas formas, siguió con su plan y tomó el teléfono para avisarle que estaba afuera, en vez de presentarse en la mesa sin previo aviso. Observó con atención a Frank, que miró la pantalla de su teléfono y con simpleza arrugando la cara desvió la llamada con un gesto de fatiga en el rostro. Christina sintió una tristeza y una punzada en el pecho, él la había ignorado con tanta facilidad. Atónita, remarcó triste y también muy molesta. Él suspiró hastiado, se disculpó con los presentes y salió del restaurante para tomar la llamada. —¿Cariño, sucede algo? No escuché el teléfono. —Se excusó mintiendo. —No, nada, todo está bien. — ¿Qué pasa, linda?, dime —dijo preocupado, al notar el tono entristecido de su novia. — ¿Tú me quieres, me amas? Fue lo único que se le ocurrió preguntar en un momento así, en el que no comprendía la actitud de su novio. —Claro que te quiero, te amo, eres la mujer de mis sueños, eso ya lo sabes cariño. ¿Estás viendo una de esas películas románticas que te ponen a llorar y a pensar en tonterías? —El tono condescendiente de Frank le produjo más rabia. —No, estoy viendo una horrible, una feísima. —Cambia el canal. —No puedo. — ¿Volviste a desconfigurar el control remoto? —preguntó con desgano.