Capítulo 3: Una cena para dos

Giovanni quería volver a besar a Samantha para borrar la expresión furiosa de su rostro, pero no iba a tentar más a su suerte. La cita recién había empezado y tenía el presentimiento que ella no dudaría en marcharse si la seguía provocando. Se hizo hacia atrás y la dejó tranquila el resto de viaje.

Samantha bajó del auto en cuanto el conductor abrió la puerta.

—Esta no es la dirección —dijo ella, confundida.

—Estoy al tanto. Este lugar me gusta mucho más —comentó mientras se paraba a su lado.

La escuchó murmurar algo, pero no logró entenderla. Lo más probable es que fuera alguna clase de insulto. Ella soltó un suspiro y empezó a caminar con pasos firmes sin importarle si él la seguía.

Giovanni sonrió divertido mientras sus ojos caían bajo el hechizo del balanceo de sus caderas. No había podido sacarla de su mente en toda la semana, había algo en ella que lo tenía cautivado y estaba decidido a descubrirlo.

Avanzó con pasos largos y rápidos. Logró alcanzarla justo antes de que llegara a la puerta y colocó una mano en su cintura. Samantha se quedó quieta.

—Por cierto, no tuve tiempo de decirte antes lo magnífica que te ves esta noche —susurró cerca de su oído.  

Sonrió satisfecho al sentirla temblar. Había una energía entre ellos difícil de ignorar.  

—Deberíamos entrar —sugirió.   

Ella le dio una mirada que habría destrozado a un hombre débil y continuó caminando.

—Señor, señorita, buenas noches —los saludó el maître en cuanto los vio—.  Los estábamos esperando.

Movió la cabeza como saludo.

—Buenas noches —dijo Samantha con una sonrisa. Al parecer solo él era merecedor de su molestia.   

—Por aquí, por favor. Su mesa está lista.

Giovanni caminó junto a Samantha para no perderse la expresión de su rostro mientras miraba el lugar. Sus ojos brillaron con asombro. Ese único gesto valió el esfuerzo que había puesto en organizar aquella cita.

—Alguien estará con ustedes en un momento para atenderlos —dijo el maître y se alejó.

—¿Por qué no hay nadie más aquí?

—Reserve el restaurante para nosotros.

—No creo que quede mucho para las personas de la fundación, si el dinero de la subasta tiene que cubrir los gastos que implican reservar un restaurante para una sola pareja.

Inclinó la cabeza hacia un lado intentado descifrarla. Otra mujer en su posición se habría sentido halagada por el detalle, pero ella no. Ella era como una caja misteriosa y Giovanni estaba empeñado en descubrir cada cosa que se ocultaba en su interior. 

—No debes preocuparte por ellos, el dinero les llegará en su totalidad.  

—¿Y debería estar preocupada por mí? Me trajiste a un lugar diferente al estipulado, por lo tanto, nadie sabe que estoy aquí. Además, estamos a solas, a excepción de los que trabajan en este lugar, y seguro ellos mirarían a otro lado si intentas hacerme algo.

Sonrió, sin poder evitarlo.

—No tienes que preocuparte por mí, prometo que no haré nada sin tu consentimiento.  

—¿Y debo creerte después de que me besaste sin preguntar?

Acomodó el mentón sobre el dorso de sus manos entrelazadas.

—No te escuché rechazarme.

—¿Esa es tu excusa? Y, solo para que consté, lo habría hecho, si tu boca no hubiera estado sobre la mía. —Samantha lo retó con la mirada a decirle lo contrario.

El mesero los interrumpió para colocar una botella de vino sobre la mesa, luego se marchó con el mismo sigilo con el que llegó.

Giovanni decidió que era mejor no continuar con el tema.

—Aún no me has dicho por qué ofreciste dinero para salir conmigo.

—Sí lo hice.

—Déjame recordar, querías ayudar a los niños —dijo con escepticismo—. Pero, ¿por qué yo?

—Porque me pareciste el hombre más atractivo de la sala. ¿Es eso lo que querías escuchar? ¿Eso ayudaría a tu frágil ego?

Giovanni soltó una carcajada mientras Samantha bebía de su copa.

Cuanto más a la defensiva se ponía ella, más interés tenía por conocerla. Claro que tenía una carpeta en su departamento con todos los detalles importantes sobre ella, pero había cosas que solo se podían saber conversando.  

—Está bien, no me lo digas. —Lo descubriría eventualmente—. ¿A qué te dedicas? —preguntó, optando por un tema más seguro.

—Diseño de modas. Tengo mi propia galería. —Una sonrisa apareció en el rostro de Samantha al hablar sobre su negocio.

—¿Qué clase de ropa diseñas?

—Ropa para mujeres.

—Es una lástima.

—¿Qué cosa?

—Iba a pedirte que diseñarás algo para mí.

Samantha deslizó su mirada hacia abajo y se sonrojó. Giovanni se preguntó si acaso lo estaba imaginando desnudo. Él la había desnudado con la imaginación más de una vez. Había tratado de adivinar más de una vez lo que estaba usando debajo de su vestido… Jamás había proclamado ser un caballero.

—¿Deseas que me levanté para que puedas apreciarme mejor? —No esperó su respuesta, solo se puso de pie.  

Giovanni no podía resistirse a provocarla. Le gustaba la mirada ardiente en sus ojos cuando estaba molesta. Se sentía tentado a acercarse a ella y besarla. ¿Cuánto tiempo le tomaría cambiar aquella mirada por una de deseo?

—¿Siempre eres tan irritante? —preguntó Samantha, pero sus ojos todavía estaban en él.

—No, ese sería Horatio. La gente suele decir que soy el encantador —dijo con la seriedad que lo caracterizaba.

Samantha bufó.

—Por supuesto —dijo ella con ironía—. También deben creer que el sol sale cada vez que sonríes.

—¿Todas tus citas son así de interesantes?

Samantha abrió los ojos con sorpresa.

—No, lo siento. Por lo general, no suelo comportarme como una bruja. He tenido una semana estresante y me estoy descargando contigo cuando no tienes la culpa.

Giovanni encontró la situación extrañamente agradable. Las personas a su alrededor solían ser cautelosos con lo que decían, a excepción, por supuesto, de su familia. Sus hermanos y primos parecían estar en una competencia por quien podía ser más molestoso.

—Haré que me lo recompenses después.

La cena llegó antes de que Samantha pudiera decir algo más.

Comieron en un ambiente más tranquilo y Giovanni descubrió que Samantha era bastante divertida cuando no estaba a la defensiva, aunque percibió que en algunos momentos ella se quedaba pensando demasiado, era como si algo le estuviera molestando.

La risa de Samantha llenó el restaurante cuando le contó como su madre lo había embaucado para participar en la subasta.

Giovanni se quedó embobado disfrutando de aquel dulce y cálido sonido.

—Creí que eras un hombre inteligente, cualquiera podría haberse dado cuenta que aquello era una trampa.

Viéndolo en retrospectiva, ella estaba en lo cierto. Su madre había actuado bastante extraña cuando lo llamó a reunirse con él en un restaurante cerca de la constructora de la familia. Después de preguntarle cómo había ido su día, ella le había informado que le había organizado una cita a ciegas con una mujer. Aquello le había resultado extraño. Su madre nunca antes había actuado de casamentera, incluso cuando le hacía mucha ilusión que sentara cabeza.

Tratando de salir de la situación, Giovanni se había lanzado a decir que haría cualquier otra cosa menos eso. Habría sido más fácil decirle que no pensaba hacerlo, pero su madre era su única debilidad. Ella había sonreído como si acabara de ganarse la lotería mientras su padre le decía que estaba perdido. Si tan solo él le hubiera dado una advertencia, en lugar de quedarse viendo todo con el rostro en blanco.

—Supongo que tienes razón —dijo encogiéndose de hombros—. No estaba muy contento de ir, pero ahora no me arrepiento.

—¿Enserio?

—Nunca miento. ¿Te gustaría pedir el postre?

—No creo que pueda comer un solo bocado más pero tampoco quiero decir no a un poco de dulce.

—Entonces pediré que lo empaquen para llevar. —Era lo mejor para su cordura. Escuchar sus gemidos cuando probó la comida, no había sido nada fácil.

Llamó al mesero y le dio la orden.

—Esto no fue tan malo —comentó Samantha mientras abandonaban el restaurante. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas y tenía una hermosa sonrisa adornando su rostro. Tenía un encanto natural que lo llamaba a perderse en ella.

El abrió la puerta de la limosina y la ayudó a subir, la siguió después de decirle al chofer que los lleve de regreso al departamento de Samantha.

Sus impulsos se hicieron cargo tan pronto estuvieron a solas. Durante toda la noche se había contenido, pero necesitaba besarla otra vez. La sujetó por el mentón y la miró directo a los ojos.

Giovanni siempre iba tras lo que quería hasta conseguirlo y en esta ocasión deseaba a Samantha. Aun así, había hecho una promesa y era un hombre de palabra.

—Dime si esto no es lo que quieres —susurró sobre sus labios y esperó.

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