Capítulo 2: La cueva del lobo

Samantha estaba absorta en sus pensamientos, ajena a lo que sucedía a su alrededor, cuando su padre le habló al oído.  

—Es hora.

Desvió su mirada hacia el escenario y vio a Giovanni Morelli. Su objetivo. Las fotos, que su padre le había mostrado, no le hacían justicia. El traje hecho a medida realzaba sus hombros anchos y sus piernas musculosas. Cada paso que daba demostraba confianza.

Si hubiera podido elegir a alguien, jamás habría sido a él. Prefería los hombres más suaves y Giovanni parecía estar hecho de bordes afilados preparados para destrozar a cualquiera que se atreviera a desafiarlo.

Sintió como si la temperatura en el ambiente bajara algunos grados mientras el miraba a los presentes con nada más que aburrimiento.

Su arrogancia le resultó desagradable. ¿En serio ese era el hombre con él que tenía que salir?

Las mujeres empezaron a lanzar ofertas tan pronto el hombre detrás del podio terminó de alabarlo... como si él necesitara que le subieran el ego.

No entendió que es lo que veían en él las mujeres, aparte de su obvio atractivo. No lo conocía, pero su actitud dejaba en claro que no estaba feliz de tener que salir con alguna de las mujeres allí presentes. Probablemente se creía superior a ellas.

—¿Samantha? —preguntó su padre confundido. Debió de notar la indecisión en su rostro.

—Podemos encontrar otra opción.

Incluso si Giovanni había resultado no ser de su agrado, no le parecía bien utilizarlo, sin importar cuales fueran sus motivos.  

—Él es nuestra única opción.

—¿Y no te importa utilizarme para solucionar tus problemas? —preguntó en voz baja. Su padre no logró escucharla en medio del alboroto. Alzó la paleta en su mano antes de arrepentirse—. ¡Diez mil! —ofreció.

Samantha, a diferencia de su padre, no podía encontrar un solo motivo por el cual sonreír cuando ganó la subasta.

Sin poder evitarlo miró a Giovanni, sus ojos a atraparon y se encontró incapaz de mirar en otra dirección. Tuvo el presentimiento de que estaba a punto de meterse en la cueva del lobo y no había certeza de que fuera a salir ilesa. 

Después de una lucha interna, logró apartar la mirada y no volvió a dirigirla ni una sola vez más hacia el escenario. Concentró toda su atención en la mesa como si el diseño de los manteles fuera de lo más entretenido.

Tan pronto el presentador dio por finalizada la ceremonia, se levantó para salir del lugar. Había cumplido con su propósito y no estaba de ánimos para intentar socializar con nadie. 

—Me voy —informó a su padre.

Samantha pensó que su padre le diría que lo mejor era que se quedara para hablar con Giovanni y comenzar a conocerlo.

—Está bien —dijo él en su lugar, con una mirada comprensiva—. Mi conductor estará esperándote para llevarte a tu departamento. Me encargaré del pago.

Asintió y se levantó. Lo único que quería era llegar a su departamento y ahogarse en una botella de vino para olvidarse de lo que estaba haciendo.

Un mensaje de su padre llegó a su celular cuando estaba cruzando la puerta de su departamento.

“La cita es el sábado a las seis de la noche”.

Samantha leyó el mensaje y luego arrojó su celular sobre el sillón. Se quitó los zapatos y caminó hasta la cocina. Sacó la única botella de vino que guardaba para momentos como aquellos, en los que se encontraba demasiado estresada, y agarró una copa.

Se dirigió hasta su habitación y se desnudó hasta quedar solo con su ropa interior. Se envolvió con la colcha en su cama y fue a sentarse en el sillón junto a la ventana. Vivía justo encima de su galería de ropa, había decidido aprovechar el espacio en lugar de alquilar otro lugar para vivir.

Despertó con el sonido las bocinas de los autos pitando fuera de la ciudad.

—¡Demonios! —maldijo llevándose una mano a la cabeza. Sentía como si le fuera a estallar.

Su cuerpo se quejó cuando se puso de pie. No había sido la mejor idea quedarse dormida en el sillón, pero la noche anterior había estado demasiado borracha como para intentar llegar a su cama.

El sonido de la alarma de su celular llegó desde la sala y se arrastró hasta allí para apagarla.

Después de una ducha tibia, un par de pastillas y un poco de café, empezó a sentirse como humana otra vez. Aprovechó que era domingo para arreglar su departamento, meter la ropa a la lavadora, hacer las compras y cualquier otra cosa que mantuviera su mente ocupada para no pensar en la noche anterior o en Giovanni.

—¿Qué tal la fiesta? —le preguntó Leticia, su mejor amiga, al día siguiente mientras arreglaban la tienda.

—Estuvo bien —respondió.

—¿Bien? ¿Eso es todo? Vamos, Sam, hace tiempo que no salgo, estoy tratando de vivir a través de ti.

Samantha soltó una carcajada.

—No me quedé el tiempo suficiente para hablar con nadie, no después de ganar una cita con un total desconocido en una subasta.

—Esto se puso mucho mejor. ¿Quién es él? ¿Lo conozco? ¿Es guapo?

Samantha respondió a las preguntas de su amiga sin entrar en demasiados detalles, ella no sabía porque iba a salir con él y era mejor así.

La semana transcurrió más rápido de lo que le habría gustado y antes de darse cuenta se estaba alistando para su cita. Su padre la había llamado en el transcurso de la semana, pero ella no se había sentido con humor para hablar con él, pero no podía evitarlo por siempre, así que cuando la llamó esa tarde

—Iré a la cita, no me he echado para atrás.

—Lo sé. Solo llamaba para asegurarme de que estuvieras bien.

—Lo estoy. —O era lo que quería convencerse—. Te llamaré mañana, ¿está bien? Tengo que alistarme para esta noche.

—Está bien, cariño. Cuídate.

Se miró en el espejo y se cuestionó su elección.

—Te dije que sería perfecto. Te ves sexy él no sabrá que lo golpeó. —Leticia movió las cejas de arriba hacia abajo.

—No lo sé, ¿segura que no es demasiado?

El vestido negro se amoldaba a su cuerpo como una segunda piel. No tenía tirantes y el escote en forma de corazón era profundo. La parte de abajo se extendía hasta sus pies, pero tenía una abertura lateral que subía hasta la mitad de su muslo que dejaba al descubierto su pierna derecha cada vez que caminaba o se sentaba.

El timbre sonó y su amiga la empujó hacia la puerta asegurándose de agarrar su bolso y abrigo.

—Demasiado tarde para cambiar de opinión —dijo ella mientras la sacaba del departamento. 

Samantha sonrió, pese a todo. Leticia sabía cómo levantarle el humor.

Se dio la vuelta y le dio una sonrisa amable al conductor de la limosina.

—¿Señorita Parisi? —preguntó él.

—Sí —respondió y el hombre le abrió la puerta de atrás.

—Aquí tienes —Leticia le entregó su cartera y su abrigo, luego le dio un abrazo de despedida—. No hagas nada que yo no haría —terminó antes de alejarse por la calle.

Samantha soltó un suspiro y entró al auto.

—Buenas noches —dijo una voz grave y profunda.

—¡¿Qué demon… —gritó mientras se apoyaba en la puerta.

Sus ojos buscaron al dueño de la voz. Era Giovanni. Él estaba sentado cerca de la otra puerta y la miraba con una sonrisa en el rostro.

—¿Qué haces aquí?  —preguntó.

—Soy tu cita —Él lo dijo como si estuviera hablando con una niña que no se enteraba de nada.

—Estoy al tanto de eso, pero esperaba verte en el restaurante, no creí que te molestarías en venir hasta aquí.

—No es ninguna molestia.

La limosina se puso en marcha en ese momento y ella se acomodó en su asiento. Miró a través de la ventana tratando de olvidarse del hombre sentado a su lado y de lo nerviosa que lo ponía.

—No pareces muy entusiasmada de estar aquí para alguien que ofreció una enorme cantidad de dinero para salir conmigo.

—Tú o cualquier otro, habría dado lo mismo —dijo sin girarse para mirarlo—. El dinero que pagué, ayudará a personas, eso es todo lo que cuenta. —Se asqueó ante su propia hipocresía.  

—Vamos a comprobarlo entonces —dijo él.

Esta vez ella se giró, estaba confundida por sus palabras.

—¿Qué cosa?

Giovanni se acercó hasta acorralarla contra la puerta.

—¿Qué haces? —preguntó una octava más alto de lo normal.

—Dijiste que no habría hecho diferencia con quien terminaras esta noche, quiero comprobarlo. —Él la sujetó por la nuca y eliminó la distancia que los separaba.

Samantha no estaba segura de lo que le sucedió, ni porque se rindió demasiado rápido. Su cuerpo tembló de deseo al sentir la calidez de los labios de Giovanni contra los suyos. Él bajó una mano pasando por encima de sus senos y llegó hasta la abertura de su vestido, donde se detuvo a acariciar su pierna. Su mano quemó contra su piel y le sacó un gemido.

Giovanni rompió el beso mucho antes de lo que le habría gustado y le acarició los labios con el dedo pulgar.

—Espero que no respondas así a cualquier hombre que te besa.

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